César Carhuachín
Introducción
Esta declaración personal a modo de discurso fue presentada en mi ordenación al ministerio pastoral por el presbiterio de pastores bautistas de la Capital Federal (Buenos Aires, Argentina) el día viernes 22 de julio de 1994. Ese presbiterio estuvo formado por los pastores Daniel Tomasini, Marion Linenberger, Jorge Folta, Roberto Leconte, Jorge Villani, Emmanuel Mamarián, Daniel Carro, Carlos Menéndez y Osvaldo Conde. La iglesia que solicitó la ordenación pastoral fue la Iglesia Bautista de Barrio Norte (Cap. Fed.) donde ya trabajaba como Asistente pastoral desde 1991. El culto de ordenación fue realizado en la Iglesia Bautista El Rey Jesús (Cap. Fed.) y el sermón fue predicado por el Dr. C. René Padilla.
Esta declaración personal es un intento de reconocer lo mejor de mis experiencias en el servicio al Señor Jesucristo en seis diferentes iglesias en las que había colaborado como fueron la Iglesia Bautista del Bosque (Lima, Perú), la Iglesia Bautista de Martínez (Provincia de Bs. As.), la Primera Iglesia Bautista de Avellaneda (Provincia de Bs. As), la Iglesia Bautista de Wilde (Provincia de Bs. As.), la Iglesia Bautista de Paternal (Cap. Fed.) y la Iglesia Bautista de Barrio Norte (Cap. Fed.). Además, esta expresa mi reflexión sobre la eclesiología cristiana y bautista. Para mí, esta visión es una interpretación de lo que tiene que hacer una iglesia para llegar a ser pueblo de Dios en la sociedad en la que está inserta. Si bien es cierto que esta visión se expresa en términos generales, considero en todo momento a la congregación bautista de Barrio Norte como lugar donde en algún grado ésta tiene posibilidad de realizarse.
I. En cuanto al gobierno de la iglesia
A. Personalmente, visiono una iglesia que mantenga viva la práctica del gobierno congregacional en sus reuniones administrativas y otras; renunciando voluntariamente a todo tipo de paternalismo pastoral, excluyendo toda manipulación del grupo de todos quienes pretenden hacerlo, sabiendo que el Señor Jesucristo es la cabeza de la iglesia. Que busque primariamente el consenso y practique también el gobierno congregacional. Es decir, una iglesia que respete los derechos de sus miembros. Que en su autonomía congregacional elija el camino del autodesarrollo como un cuerpo; y luego en compañerismo con otras congregaciones bautistas y no-bautistas (cf. Mt. 18.15-18; Hch. 4.23-31; 6.1-7; 15; 1 Co. 5.1-13).
B. Una iglesia que llegue a ser una comunidad cristiana y estimule el desenvolvimiento de la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes. Que sea creativa en ofrecer el lugar y espacio para que cada creyente se desarrolle de acuerdo al don que tenga (debidamente desarrollado). En este sentido, que llegue a ser una iglesia laical antes que jerárquica y una congregación que se haga comunitaria y no burocrática. Que los creyentes sostengan la iglesia con el apoyo y dirección de los pastores; y no que los pastores sostengan la iglesia con el apoyo y dirección de los creyentes. Es decir, animar a los miembros a asumir sus responsabilidades para con la iglesia local y ofrecer estos espacios para lograr esto en la misma iglesia (cf. 1 Co. 14.26-33; Hb. 10.19-25; 13.15-16; 1 P. 2.4-5; 9-10).
C. Pienso es una iglesia que mantenga ministros que sean fieles al reino de Dios, a la congregación, a la Biblia, a la denominación y a toda la Iglesia de Jesucristo. Esto se traduce en una vocación de servicio a Dios y a la congregación; en la predicación de la palabra de Dios a su pueblo; en un trabajo pastoral que se inserta en la obra asociacional y convencional de la denominación (evaluando críticamente a éstas últimas y apoyándolas con la participación activa en la medida de sus posibilidades); y una relación de comunión con todas las denominaciones que comparten la misma fe, el mismo Señor y el mismo bautismo; y en una relación más estrecha con aquellas que compartan el mismo espíritu de servicio a Dios y a su pueblo, tanto en su práctica como en su discurso. Es decir, en la medida en que la iglesia se haga ecuménica, estará proclamando en la práctica, que es parte de la Iglesia de Jesucristo que es una. En este sentido, que opte por cierto tipo de ministros, sabiendo que al hacerlo busca que se estimulen y promuevan estas prácticas (cf. Jn. 17.20-23; Ef. 4.5; 1 Tim. 3.1-7; 2 Tim. 4.1-5; Tit. 1.5-9).
D. Espero siempre que una iglesia demuestre con hechos concretos la función que desempeñan sus pastores; reconociendo sus necesidades pastorales y dándoles sueldos dignos. Una demostración que incluye respeto y sumisión a la autoridad delegada por la iglesia, juntamente con la colaboración en el trabajo ministerial; un reconocimiento de sus necesidades pastorales que incluye el apoyo para su continua actualización teológica y pastoral, entendiendo que la misma iglesia se enriquece en forma directa; y dándoles sueldos dignos que compensen el trabajo pastoral y que suplan sus necesidades en general, entendiendo que la Biblia habla de la dignidad del ministro y su trabajo (cf. Mt. 10.9-10; 1 Co. 9.8-14; 1 Ts. 5.12-13; 1 Tim. 5.17-18; He. 13.17).
E. Quisiera una iglesia que tenga en su dirección a pastores y a ministros debidamente vocacionados, con sentido pleno de su llamamiento. A pastores dedicados a las funciones estrictamente pastorales, como la oración, la predicación, la visitación, la consejería, la enseñanza, la liturgia, la administración eclesiástica, etc.; con diáconos y otros ministros que colaboren en la dirección de la iglesia y apoyando con sus servicios. Que tanto los primeros como los segundos se entiendan llamados por Dios y con la necesidad de prepararse para servir a la comunidad de fe. En otras palabras, una iglesia que reconozca la necesidad de tener siervos de Dios en la dirección para su sabio funcionamiento en el cumplimiento de su misión (cf. Hch. 6.2-4; Ef. 4.11-12; 1 Tim. 6.8-13; 2 Tim. 4.1-4; 1 P. 5.1-4).
II. En cuanto a la organización de la iglesia
A. Contemplo una iglesia que mínimamente desarrolle los ministerios reconocidos como necesarios para el cumplimiento de su misión en el mundo; y que dé lugar a otros ministerios que ella misma entienda como necesarios, descubriéndolos en su peregrinaje de servicio. En este sentido, que comprenda que estos otros ministerios tienen que definirse en base a las necesidades de la comunidad de fe y de la sociedad; y que para hacerlo tienen que ver su ambiente con la misma visión del Señor Jesucristo. Dicho esto en otros términos, una iglesia que interprete cada necesidad como una posibilidad concreta de cumplir con su ministerio, desafiando su propia estructura organizacional (cf. Ro. 12.4-8; 1 Co. 12.4- 12; Ef. 4.7-16; Stg. 1.17; 1 P. 4.10-11).
B. En cuanto a los ministerios reconocidos como necesarios, pienso en una iglesia que desarrolle los ministerios como de evangelización, acción comunitaria y educación cristiana. Con un ministerio de evangelización que proclame el evangelio del Señor Jesucristo por medio de actividades y prácticas concretas antes de predicarlo verbalmente. La práctica verbal tiene que dar sentido a los hechos. Que se reconozca a sí misma como quien siembra y quien riega la semilla del evangelio. Una iglesia que en la evangelización opte por medirse y evaluarse por su fidelidad al evangelio y no por cantidades de personas que reúne; pues el fruto del evangelio es una calidad de vida y no una masa de gente-despersonalizadas. Que no cambie el estilo de vida que propone el evangelio por la práctica mundana de proselitismo comercial.
Con un ministerio de acción comunitaria que atienda a las necesidades de los miembros de la iglesia y de los que no lo son. Que no realice este ministerio en función a aceptar el mensaje verbal del evangelio. Que busque cambiar las situaciones que mantienen a dichas personas en situaciones de dependencia y deshumanizantes, sufriendo sus necesidades básicas. Es decir, que al servicio social le sume la acción social. Que brinde una respuesta positiva a las necesidades del barrio en que está inserta y de la sociedad (en la medida de sus posibilidades). Que levante su voz profética en forma verbal y escrita frente a las situaciones de injusticia, de corrupción, etc.; viendo su ministerio como un granito de arena en la lucha por una sociedad más justa.
Y un ministerio de educación cristiana que abarque desde los niños de cuna hasta los adultos de la tercera edad. Con programas que surjan desde las necesidades de cada uno de estos grupos y no desde los manuales, pues éstos no necesariamente responden a las necesidades reales de la iglesia. Que esté centrada en la persona y las enseñanzas del Señor Jesucristo e ilustradas por la revelación bíblica; utilizando todos los métodos accesibles para la plena participación de todas las personas. Que sea liberadora de fetichismos, prejuicios, fundamentalismos; llevando a la madurez de la fe y que dé pertinencia a la Biblia para la vida de los hermanos y de la sociedad (cf. Mt. 4.23-25; Lc. 10.29-37; Hch. 2.42-47; 5, 42; 1 Co. 16.1-4).
C. Además, que desarrolle los ministerios de comunión y adoración. Con un ministerio de comunión que posibilite la vivencia del amor cristiano en la comunidad. Que incluya a los niños, jóvenes y adultos para la mejor comunión; y que esté abierta para la participación de personas no-bautistas, no-evangélicas y no-creyentes en las actividades de la iglesia. Pues la misma relación entre los bautistas y los no-bautistas, no-evangélicos y no-creyentes en las actividades de la iglesia, expresa la relación que algunos bautistas cultivan en su vida diaria a nivel personal. Reconociendo que los tiempos de comunión son una necesidad en el tipo de sociedad en la que está inserta la iglesia; y que el llamado al pueblo de Dios es a vivir en comunión para que aprenda a ser común-unidad. Que esté abierta a tener actividades de compañerismo con otras iglesias bautistas y no-bautistas. Con un ministerio de adoración que sea fruto de corazones que adoran diariamente y no fruto modelos de adoración. Dios quiere adoradores y no simples estructuras formales de adoración. Que incentive a celebrar la adoración y la fe vivida durante la semana y que no busque crearla o inventarla en la reunión semanal del domingo. Que celebre su fe y adore a Dios con la reverencia que Dios merece y con la sincera alegría que expresa un corazón lleno de gratitud. Que las alabanzas, oraciones, sermones y ofrendas, expresen las experiencias de la misma vida de la gente. Con una celebración que opte por usar los recursos e instrumentos litúrgicos que tenga la comunidad (que adore desde su propia realidad). Que evalúe el contenido doctrinal y ético de los recursos usados en la liturgia, pues estos tienen gran impacto en la formación de la fe y práctica de los creyentes (cf. Jn. 4.23-24; Hch. 4.32-36; Col. 3.16-17; Ef. 5.19-20; Stg. 5.13).
III. En cuanto al propósito de la iglesia
A. Una iglesia que se conciba con una misión divina-humana y comprendiendo que, para cumplir su misión divina, indispensablemente tiene que encarnarse en la sociedad en la que se encuentra. Sin esta encarnación no llegará ni siquiera a comenzar su misión, que además de divina es humana. Esta encarnación de la iglesia (imitando a su Fundador) significa estar inserta, compenetrada, empapada e imbuida en las cosas que le ocurren a la gente. Sólo así puede identificarse con la gente y hacer relevante el evangelio de la cual es portadora. Es decir; tiene que hacerse iglesia de un determinado lugar. Esta misión divina-humana de la iglesia es hacer a las personas más plenamente humanas. En otras palabras, su vocación es divina pero su propósito es humano. Lo último es aquello que le da sentido, significado y pertinencia a la misión. (cf. Mt. 12.1-14; Lc. 6.17-19; Jn. 1.14; Hch. 3.1-10; Flm. 8-16).
B. Quisiera una iglesia que en el cumplimiento de su misión llegue a ser un grupo de pertenencia para aquellos que busquen una comunidad de fe, esperanza y amor. La fe en el Señor Jesucristo y sus enseñanzas que se expresan necesariamente en la confianza en Dios. Una iglesia que cultive la fe como creer y la fe como credo (contenido). Una fe que nos une con todos los cristianos y con todos aquellos que profesan fe en la Divinidad. Que sea una comunidad religiosamente abierta al corazón que busca a Dios. La esperanza que moviliza la vida de la comunidad, haciéndola una comunidad dinámica como consecuencia del grupo que la conforma y de la vida de servicio. Una esperanza que vislumbra la plenitud del reino de Dios con su propia movilización como pueblo de Dios, practicando en su seno y buscando el establecimiento en la sociedad de los valores de este reino de Dios. El amor que fundamenta la fe, nutre la esperanza y que se articula en las relaciones personales y funcionales de la iglesia, brindando la posibilidad de llegar a ser discípulos de Jesús y que excluye todo aquello que lo imposibilita. Un amor que se fundamenta en el amor recibido de Dios; y que llega a ser amor solamente cuando se expresa a las otras personas. Un amor que no sólo siente, sino que hace desprenderse de sí mismo para proceder a compartirlo. En otras palabras, una comunidad que cultive y promueva las virtudes teológicas por excelencia. (cf. Ro. 5.1-5; 1 Co. 13.13; Ef. 1.15-18; Col. 1.3-6; 1 Ts. 1.2-3).
C. Visiono una iglesia que busque alcanzar la misión divina-humana en términos concretos: dignificando a la persona. Sosteniendo que cada ser humano es creado a imagen de Dios y que como prueba de esa dignidad Jesús murió por todas las personas; que la misma iglesia renuncie a los métodos socio-psico-religiosos que deshumanizan a los feligreses. Antes que esto, que instrumente en su seno la paz, la justicia, la libertad, la santidad, el respeto, el amor, la verdad, etc. Que la iglesia conscientemente elija ser evaluada por el tipo de personas que produce en su seno y que descarte mediciones que buscan y tienen intereses mundanos de una sociedad consumista y exitista. Es decir, que sea una comunidad que cultive y promueva las virtudes éticas que hacen concreta su misión divina-humana (cf. Gn. 1.26; 5.1-2; 9.6; Sal. 8.5-10; Hch. 17.24-26).
D. Quisiera una iglesia que luche interna y externamente para llegar a ser iglesia de Cristo, eliminando los prejuicios machistas, clasistas y racistas en sus prácticas y discurso. Sosteniendo con la Biblia en mano, que cada ser humano ha sido hecho a imagen de Dios y que en Cristo no hay distinciones de género, ni de clase ni de etnia. Estas prácticas acusan a la iglesia como inconversa y son impedimentos a la pertinencia del evangelio del Señor Jesucristo para la actualidad. Pero pueden y deben superarse por medio de una práctica que elimine los prejuicios y con un discurso integrador; cambiando las figuras usadas referidas a Dios en las reuniones y en los cultos de la iglesia. En otras palabras; himnos, canciones, oraciones, sermones, bendiciones, etc. Una iglesia que sea liberadora de pecados sociales, así como también de pecados personales. (cf. Gn. 1.27; Mt. 19.4; 1 Co. 12.13; Gá. 3.27-28; Col. 3.9-11).
E. Vislumbro una iglesia cuyo compromiso esté primero con los más necesitados (entendiendo a éstos últimos en su más amplio sentido). Ellos son aquellos que sufren necesidades psico-espirituales, socio-económicas, familiares-relacionales, salubres, educacionales, etc. Una iglesia que por amor al ser humano y a Dios, se haga solidaria con los más necesitados a fin de que éstos suplan sus necesidades humanas, de acuerdo con la misión divina y humanizante de la iglesia que fundó y realizó el Señor Jesucristo. Que frente a la tentación de estar del lado de los grandes y poderosos, elija estar con los más pequeños y débiles para servirles. Una iglesia que busque creativamente identificarse con los derechos humanos reclamados por los marginados en sus luchas por vidas más dignas. En otras palabras, que sea consciente de su vocación política como institución social dentro de su misión divina-humana, sin caer en el partidismo ni en la pasividad (cf. Mt. 9, 36; 25, 31-46; Lc. 4, 16-19; 6, 20-23; St. 1, 27).
IV. En cuanto a los métodos de la iglesia
A. Quisiera una iglesia que reconozca que para llegar a ser pueblo de Dios, en el cumplimiento de su misión, tiene que usar ciertos métodos y excluir intencionalmente a otros. Que entienda que los métodos a usar, en su esencia, deben coincidir con el fin buscado. Si el fin es hacer a las personas más plenamente humanas, los métodos deben contemplar al ser humano en su totalidad como un elemento, socio-bio-psico-espiritual, y no como si este fuera un ser meramente espiritual o religioso. La iglesia debe juzgar su propia eficiencia en el cumplimiento de su misión por el tipo de personas que produce; y debe juzgar la eficiencia de los métodos usados con la misma medida. En su misión, el fin no justifica los medios, sino más bien, elige unos y excluye otros. En otras palabras, una iglesia que no caiga en la manipulación de masas, ni en ningún showman evangélico, que caracteriza la práctica tentadora de la religión comercial; que denigran el mensaje del evangelio y estorban el testimonio cristiano (cf. Nm. 22.2-35; Mt. 8.1-4; Hch. 8.9-24; 1 Ts. 5.23; Jud. 11).
B. Una iglesia con vocación misionera. Que mantenga viva, renovada y transformada su vocación de enviada por el Señor Jesucristo para continuar su misión. Que se sienta en deuda con su barrio, la sociedad y el mundo del mensaje del evangelio. Que proclame el evangelio en su propio templo y en otros lugares (tanto dentro como fuera de la ciudad). Que entienda que la misión no está solamente fuera de su cultura sino también en su misma cultura. Que estimule a otros para el ministerio pastoral, misionero, docente, etc. Que entienda y enseñe a sus propios miembros que son misioneros de Dios y de la congregación en los lugares donde se desenvuelven. Que antes de cualquier profesión, oficio u ocupación ellos son cristianos, lo cual da cierta calidad y sentido a lo demás. Es decir, una iglesia con plena conciencia y práctica misionera (cf. Mt. 28.18-20; Mc. 16.15; Lc. 24.48; Jn. 20.21; Hch. 1.8).
C. Me agradaría ver a una iglesia que trabaja para alcanzar su misión evangelizadora en la sociedad en la que está inserta. Que para evangelizar a otros, primero se re-evangelice a sí misma. Que evangelize hacia dentro y hacia fuera. Que al evangelizar a los otros busque la presencia de Cristo en ellos, ¿cómo Dios se les ha revelado en sus vidas? pues la humanidad no está huérfana de Dios. Haciendo esto con la plena consciencia de que por su parte ella misma es portadora de una revelación de Dios en Jesucristo. Es decir, Dios está dentro de la Iglesia como fuera de ella; y que el Señor Jesucristo es la más plena revelación de ese Dios de amor, omnipresente y omnisciente. Que apele a la razón y a la voluntad, antes que al emocionalismo y al sensacionalismo de las personas. Que mantenga la tradición de dar testimonio verbal del evangelio después de haberlo vivenciado, a fin de que el evangelio tenga sentido en dichas situaciones de vida y no sea un mero verbalismo (cf. Mt. 5.43-45; Mc. 9.38-40; Hch. 17.28; Stg. 1.22-24; 1 Jn. 3.18).
D. Quisiera una iglesia que se fortalezca en su misión divina-humana con los ejercicios espirituales que fortalecen a la persona y con la práctica de ciertas virtudes que cualifican a la persona. Con ejercicios espirituales como la oración, el ayuno y la vida devocional, etc. Entendiendo que estas son necesarias para la íntegra relación con Dios. En este sentido que reconozca el valor y cultive la vida contemplativa, mística y espiritual; pero que corrija a la vez toda práctica extrema que lleve a la vida contemplativista, espiritualista y misticoide. Que exhorte a la práctica de ciertas virtudes que determinan un tipo de vida, como las buenas obras, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la templanza, la honestidad, la entereza, la veracidad, la solidaridad, etc., que junto con los ejercicios espirituales hacen a la persona más humana. Que incentive a estos ejercicios y prácticas. En otras palabras, que no sólo busque hacer la misión, sino que ella misma llegue a ser una expresión de la misma misión que desea realizar (cf. Lc. 18.1-9; 2 Co. 10.3-4; Gá. 5.16-23; Ef. 4.17-32; 5.17-18).
E. Espero una iglesia que renueve su interpretación del evangelio con las mismas personas a las cuales ministra. Que reconozca que está para leer la Biblia desde las necesidades de la misma congregación. Que renuncie a legalismos y literalismos en la aplicación de la Biblia y que más bien, busque el espíritu y el sentido de la palabra de Dios que tiene relevancia y hace pertinente el mensaje bíblico frente a los problemas del mundo de hoy. Que el uso de la Biblia sea continuo y fluido, pues la palabra de Dios es viva y eficaz. Que abandone posturas dispensacionalistas que sostienen teologías inconsistentes y promueven una ética de gueto; así como también posturas fundamentalistas que asumen una verdad totalizadora que desvirtúa la humanidad de la iglesia y de la fe, y que promueve un legalismo ajeno al espíritu de nuestro Señor Jesucristo. Que sea una comunidad abierta y no cerrada, a fin de llegar a ser una comunidad que da testimonio del amor y del interés de Dios por el ser humano por sobre todas las cosas. Dicho de otra manera, que al interpretar la Biblia dé relevancia, pertinencia y sentido al evangelio para la situación que vive la comunidad, siendo una iglesia abierta a los cambios necesarios para lograr este fín (cf. Mc. 10.41-45; Rm. 1.16; 12. 2; Stg. 5.13-14; 1 Jn. 3.16-18). Amén. Que así sea. ¡Que Dios nos bendiga!
César Carhuachín es peruano-estadounidense. Es Presbítero de la Palabra y Sacramento de la Iglesia Presbiteriana, en Estados Unidos, y miembro del Presbiterio de Charlotte, Carolina del Norte. Es Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina y Doctor en Ministerio por la Drew University, en New Jersey. Ha ejercido el ministerio en Perú, Argentina, Estados Unidos y Colombia. Actualmente es Trabajador en misión de la Oficina de Misiones Mundiales de la Iglesia Presbiteriana, sirviendo como Profesor de Biblia y Teología en el Programa de Teología de la Corporación Universitaria Reformada en Barranquilla, Colombia.
Nota: Este artículo fue subido a la página de la FTL el 19/02/2024.
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