Edesio Sánchez Cetina
Si bien la situación que vive la población cristiana de los dos últimos años (y últimas décadas) es propicia para considerar y apreciar mejor “nuevas imágenes de Dios”, en este ensayo se considera que la Biblia sigue siendo fuente para traer al foro imágenes divinas que le “digan algo” a amplias comunidades religiosas que indagan y buscan hablarle y refugiarse en un dios significativo para la actual situación que vive la humanidad.
Por esa razón se ofrece aquí una consideración bíblico-teológica de la naturaleza del Dios que ocupa papel central en el quehacer bíblico teológico de hoy; y que a partir de esa definición, este ensayo ofrece opciones para la propuesta de distintas imágenes de Dios para una sociedad definida el día de hoy por la Pandemia.
CINCO PALABRAS CLAVE:
Imágenes
Dios
Justicia
Niño/a
Pobre
¿Cómo podemos hablar de Dios de manera responsable y plausible, de cara a las preguntas planteadas por esta crisis global?
Introducción
Cuando en la liturgia de nuestras iglesias o comunidades de fe se habla de Dios, al igual que en la teología popular de la feligresía, las imágenes que primero vienen a la mente son aquellas que acentúan nuestra caracterización de Dios, como un dios de poder: El Omnipotente, El Señor de…, El Altísimo, El Creador del universo, Providente.
A mi mente vienen muchos momentos cuando visité iglesias, debido a mis viajes con las Sociedades Bíblicas Unidas, y pronto descubrí que su himnología constaba —muy a menudo— de canciones cuyo contenido incluía frases como estas: “… echaste a la mar los carros del Faraón”, “…derribaste los muros de Jericó”, “Omnipotente Dios…”, Santo, Santo, Santo, Señor omnipotente…” En algunos casos, las canciones eran entonadas por gente que de inmediato me comunicaban la idea estar en medio de personas de clase media, tirando para alta. En otras ocasiones, el contexto del canto eran comunidades de gente de escasos a medianos recursos. Hubo ocasiones que escuché ese tipo de canciones en reuniones cuyas voces venían de gente cuyos recursos financieros era muy superiores a los de la mayoría de nuestras gentes que conforman las congregaciones e iglesias de nuestros ciudades y pueblos latinoamericanos.
Quien conoce el texto bíblico sabe que estas expresiones, que forman parte de nuestra liturgia dominical, proceden sobre todo del Antiguo Testamento, y pertenecen al contexto de la liberación de un grupo de esclavos del yugo opresor egipcio, gracias al poder de YHVH: “Ustedes también fueron esclavos en Egipto, y que yo los saqué de allí haciendo uso de mi gran poder” (Dt. 5.15, TLA). Es decir, el contexto del uso de esas expresiones de omnipotencia es el de la vulnerabilidad, de la opresión, de la falta de fuerza militar para responder, de manera efectiva y contundente, al poder aplastante de una nación tan poderosa como Egipto, en esos años del siglo trece antes de la era cristiana. De esto trataremos más a fondo en páginas posteriores.
Base bíblico-teológicade la concepción de Dios en la Biblia
Dicho lo anterior, se puede afirmar, que tanto dentro como fuera de la Biblia, comunidades y pueblos enteros se han apropiado, parcial y peligrosamente, de esas concepciones de la divinidad, para afirmar que las imágenes de un Dios Omnipotente, pantocrátor (Todopoderoso), Altísimo, Santo, celoso, reflejan el poder como caracterización de Dios. Y, esto, reflejado y adoptado en pueblos e imperios a través de la historia, empezando con el Israel de ayer y de hoy, y pasando con imperios supersesionistas que se han conocido desde la Roma cristiana hasta el imperio norteamericano; y todos ellos en nombre de las Escrituras y de Dios. Esos reinos comparten —a partir de absorber el tipo de poder equivocado de Dios— los complejos de superioridad, racismos de todo tipo, incluyendo el religioso y la práctica de la violencia como servicio de ese Dios, que sacraliza el poder exclusivista, impositivo y destructivo.
Todas las imágenes de la divinidad que surgen o apoyan esos estilos de vida y de gobierno no son otra cosa que una visión idólatra del verdadero Dios de la Biblia; sobre todo, de las partes del Antiguo y del Nuevo Testamento que presentan el estilo de vida, de enseñanza y de poder hechos carne en la persona y obra de Jesucristo, y que haya su mejor expresión en la cruz del Calvario.
Para ser justo con la concepción de Dios en las Escrituras, debo recalcar aquí, que aquello que la Biblia señala como central en lo que llamamos “teología bíblica” ha dejado de ser central en los quehaceres litúrgicos, pastorales, misionales y pedagógicos en la mayoría de los centros educativos y en las comunidades eclesiales en América Latina y en el mundo. Me refiero a lo que el Salmo 82 y Mateo 25.31-46 presentan como lo que es la esencia de Dios: su singularidad y su práctica de la justicia; y que, por supuesto, deben de ser la esencia de todo hombre y mujer que se consideran hijos e hijas de Dios.
De hecho, mi propuesta en este ensayo es la siguiente: Toda imagen o forma de hablar de Dios a partir del mensaje bíblico debe de adecuarse, principalmente, a esta forma esencial del ser de Dios. En otras palabras, la respuesta a la pregunta hecha al principio de este escrito —¿Cómo podemos hablar de Dios de manera responsable y plausible, de cara a las preguntas planteadas por esta crisis global?— está en relación directa con nuestra concepción de Dios a partir de las enseñanzas que obtengamos de esos dos textos bíblicos y, por supuesto, de otras partes del texto sagrado.
El salmo 82 dice así:
Dios se alza en la asamblea divina
para juzgar en medio de los dioses:
«¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente
y haréis acepción de los malvados?
Defended al débil y al huérfano,
haced justicia al humilde y al pobre;
liberad al débil y al indigente,
arrancadle de la mano del malvado».
No saben, no entienden, caminan a oscuras,
vacilan los cimientos de la tierra.
Yo había dicho: «Vosotros sois dioses,
todos vosotros, hijos del Altísimo».
Pero ahora moriréis como el hombre,
caeréis como un príncipe cualquiera.
¡Álzate, oh Dios, juzga la tierra,
pues tú eres el señor de las naciones![1]
A mi modo de ver, este poema fue compuesto con fuerte espíritu sarcástico para burlarse de los mitos cananeos en los que se ensalza la lucha de poder entre los dioses: muy preocupados por defender sus puestos de poder —y, obviamente, los de la sociedad humana que los servía—, pero ausentes de la responsabilidad de mantener una sociedad justa entre los humanos. Como resultado de ese descuido y desobediencia, Dios (Presidente de la asamblea de los dioses) juzga a los dioses, les recuerda su responsabilidad divina, y como no la cumplen a cabalidad son, finalmente, condenados a muerte. El poema termina con la afirmación de que Dios, como único garante de la justicia en la tierra, es declarado “heredero de todas las naciones que pueblan el globo terráqueo”.
Su tarea “eterna” ya no la podrán realizar esos dioses, por haber desaparecido del universo de los vivientes, y tal tarea la deberán realizar ahora los seres humanos. Eso explica el porqué del éxodo, y el porqué de la revelación del nombre de Dios, YHVH (Ex. 3.1-15), y el porqué de la formación del pueblo de Dios: Israel en el Antiguo Testamento y la iglesia en el Nuevo Testamento: Ambos tienen como tarea lo mismo: hacer realidad el proyecto del reino de Dios; la creación de una comunidad shalom que refleje a cabalidad los logros del éxodo y el establecimiento de un pueblo basado en esa experiencia; hecha modus vivendi a través del documento de la alianza, el Decálogo —de manera especial, en la versión de Deuteronomio 5.6-21.
El otro texto, citado párrafos atrás, es Mateo 25.31-46. Se trata de una parábola que describe el destino final de quienes cumplieron o no cumplieron con la tarea de practicar la justicia; de inmediato se ve que refleja el espíritu del Salmo 82, y de la razón de ser del éxodo, de la alianza y de la formación un pueblo, cuya razón de existir es vivir comprometido al solo Dios verdadero y a su tarea principal: una vida que refleje la práctica del evangelio que es Jesucristo mismo (cf. Mt. 11.2-6). Mateo 25.31-46 dice así:
31 «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.
32 Entonces serán congregadas delante de él todas las naciones, y él irá separando a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. 33 Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. 34 Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 35 Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, 36 estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y acudisteis a mí.’ 37 Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ 40 Y el Rey les dirá: ‘Os aseguro que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ 41 Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, 43 fui forastero y no me acogisteis, anduve desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’ 44 Entonces dirán también éstos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?» 45 Y él entonces les responderá: ‘Os aseguro que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.» 46 E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.»
Lo que ambos textos afirman es que sean dioses o humanos, si unos y otros no cumplen con su tarea de mantener la justicia como forma de vida en la sociedad humana, no tienen razón de compartir con YHVH la realización de una sociedad inclusiva y justiciera.
Antes de terminar con este tema, deseo regresar al Salmo 82, pues me parece importante colocar aquí lo que dicen, sobre este salmo, dos ilustres autores: Walter Brueggemann (Teología del Antiguo Testamento) y John Dominic Crossan (El nacimiento del cristianismo).
Dice Brueggemann (p. 162):
“…el salmo 82 ofrece un claro ejemplo. Este poema, probablemente muy antiguo y que ciertamente refleja la asunción del politeísmo, cuestiona lo que constituye la «divinidad». En el mundo de la política del «consejo divino», uno podría imaginarse que el Dios de dioses sería el más poderoso. Quedamos sorprendidos, sin embargo, al escuchar el decreto dado «en medio de los dioses» que son reprendidos por no poseer los verdaderos rasgos de la divinidad:
¡Defended al desvalido y al huérfano,
haced justicia al humilde y al necesitado,
rescatad al desvalido y al pobre,
libradlo de las manos del malvado! (vv. 3-4).
Es decir, esos dioses en potencia son condenados a muerte (v. 7), precisamente porque no llegan a cumplir con la divinidad aquí dada como normativa. Dicha divinidad está constituida por la solidaridad con el desvalido y el necesitado, en este caso ni siquiera identificado con el desvalido y el necesitado de Israel. Así, desde el comienzo, el testimonio de Israel caracteriza la divinidad como el poder al servicio de la solidaridad compasiva.”
“De acuerdo con la autocomprensión de Israel, éste no parte de una noción genérica de Dios, a partir de la cual se configura a Yahvé. Más bien, comienza su discurso dando testimonio de lo que ha visto, oído y recibido de Yahvé. Es Yahvé y sólo Yahvé quien proporciona las peculiares normas por las que la «divinidad» ahora se entiende en Israel. Además, resulta claro para Israel que al margen de Yahvé no hay serios candidatos para el papel de Dios. Sólo hay candidatos fraudulentos que no poseen la capacidad de ser poderosos en solidaridad. Es importante subrayar que algo así como «la opción preferencial de Dios por los pobres» está profundamente arraigado en el testimonio de Israel, tan profundamente arraigado que es característico y definitorio del discurso israelita sobre Dios. La afirmación no es un añadido tardío y casual a la reflexión ética de Israel, sino que pertenece de forma integral e inalienable a la afirmación fundamental de Israel sobre la naturaleza de Yahvé. El desarrollo del testimonio de Israel sobre Dios presta atención a la manera en que este Dios -lleno de poder soberano y comprometido solidariamente con el pobre, y especialmente con Israel en su necesidad- domina la narración de la liturgia y la imaginación israelita (cf. Dt 10, 12-22).”
Por su parte, Crossan señala (p. 567):
“Este es, para mí, el texto más importante de toda la Biblia cristiana y viene, por supuesto, de la Biblia judía. Es para mí, más importante que Juan 1.14, que habla de la Palabra de Dios que se hace carne y viviendo entre nosotros. Antes de celebrar la encarnación, debemos responder a una pregunta previa sobre el carácter de la divinidad en cuestión. Y este breve salmo resume mejor para mí el carácter del Dios judío como Señor de todo el mundo.
Estos dioses y diosas paganos son destronados, no porque sean paganos, no porque sean otros, no porque sean competidores; son destronados por su injusticia, por la mala práctica divina, por haber obrado mal en su oficio trascendental. Son rechazados porque no exigen ni hacen justicia entre los pueblos de la Tierra. Y esta justicia tiene que ver con la protección de los pobres de la avidez de los ricos, con la protección de los sistémicamente débiles de la mano de sistémicamente poderosos. Tal injusticia crea tinieblas en la Tierra, y conmueve los mismísimos fundamentos del mundo”.
Por todo lo dicho del Salmo 82 y de Mateo 25, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que ambos textos se encuentran reflejados, en el “limitado” espacio léxico del tetragrámaton (las consonantes que forman el nombre de Dios, revelado por sí mismo), que resumen esa esencia divina de la que hemos estado hablando en párrafos anteriores: YHVH, cuyo sentido más seguro se da en el juego de palabras que se encuentra en Éxodo 3.12,14-15 (véase la traducción de Severino Croatto más adelante), donde se afirma que la promesa del versículo doce se hace realidad con el nuevo nombre divino que resume el contenido de esa promesa y que también se refleja en Isaías 7.14 con la expresión “emmanuel” (“con nosotros Dios”). Esto es lo que afirman varios autores al respecto:
Gerhard von Rad dice en su Teología del Antiguo Testamento I (p. 235):
No existe cosa más ajena a esta etimología del nombre de Yahvéh que una definición ontológica de su esencia (…), algo así como una alusión a su naturaleza absoluta, su aseidad y demás atributos. Una interpretación semejante es fundamentalmente ajena al Antiguo Testamento. Ya desde el principio todo el contexto narrativo nos hace esperar que Yahvéh va a comunicar algo; no cómo es, sino cómo se va a mostrar a Israel. Se insiste con razón en que, sobre todo en este texto hyh debe entenderse como un «estar presente», «estar ahí», no en sentido absoluto sino como una existencia relativa y eficaz «yo estaré ahí (para vosotros)».
Por su parte, Severino Croatto, ofrece una más correcta traducción del texto de Exódo 3, presente en un extenso ensayo sobre la historia de la traducción del tetragrama (“Yavé el Dios de la ‘presencia’ salvífica”, p. 163):
Dijo Moisés a Dios: ¿quién soy yo para ir al faraón, y para sacar de Egipto a los hijos de Israel? Respondió: Realmente YO ESTARÉ contigo. Y ésta es la señal de que yo te he enviado: [cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios sobre esta montaña.]. Entonces dijo Moisés a Dios: Pongamos que vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros.; pero ellos me pregunten: ¿cuál es su nombre?; ¿qué les contestaré? Entonces dijo Dios a Moisés: SERÉ EL QUE ESTARÉ. Y añadió: así dirás a los hijos de Israel: YO ESTARÉ. me ha enviado a vosotros. Siguió Dios diciendo a Moisés: así dirás a los hijos de Israel: YAVE, el Dios de vuestros padres (el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob), me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, y éste es mi recuerdo de generación en generación. (Ex 3.11-15).
Ya en el Antiguo Testamento y, de manera más contundente, en el Nuevo Testamento, se presenta la mejor y más grandiosa clave para definir y entender a Dios en la persona de Jesús de Nazaret, el Dios hecho ser humano.
En Jesús, el niño nacido pobre, el vecino de Nazaret, miembro de una familia insignificante, viene a ser el paradigma de todo lo que define a la divinidad en la teología de toda la Biblia. Todo lo que se diga de Dios, queda definido por la encarnación de la divinidad en la persona del Humano (ecce homo), Jesucristo. Definitivamente la mejor y más grandiosa manera de definir el sentido del ser YHVH, el Emmanuel y del ehyeh asher ehyeh.
A la verdad, no encuentro otra mejor manera de hablar de Dios hecho humano, para poder ser la verdadera divinidad, que expresar aquí lo dicho por el profesor español Juan Antonio Estrada en una conferencia titulada “Imágenes de Dios.”[2] En la parte final de su exposición, el Dr. Estrada, afirma que a Dios “hay que encontrarlo donde menos encaja para nosotros”: Por un Dios que se encarna en el trono del César, a un Dios que encarne en las mujeres, los pobres, los niños. Es decir, ¡ya no más en el dios esperado por el judaísmo del primer siglo de nuestra era; ese que le dice a Jesús “Baja de la cruz” y, como Jesús no baja de la cruz, por su impotencia, entonces, el Dios de Jesús parece no ejercer poder ante la cruz donde está crucificado su Hijo. Como resultado, afirma el Dr. Estrada, “La teología del poder se acaba con la teología de la cruz”. El enviado de Dios, su Mesías, se convierte en alguien impotente pues no puede bajar de la cruz, no puede evitar el sacrificio. De este modo, se manifiesta la impotencia de Dios ante la libertad humana. El ser humano mata a Dios, y Dios no tiene otra alternativa que respetar la libertad humana, aunque esta vaya contra Dios mismo. En otras palabras, Dios se hace impotente ante la violencia. ¿Qué resulta, entonces, de esta afirmación?
La presencia de la misericordia. A Dios le duele el ser humano, y ante eso, Dios no usa más la violencia contra el ser humano—tema muy presente en el Antiguo Testamento, como parte de la definición de Dios—, sino su poder ahora es el uso del amor. Así, Dios en Jesucristo nos enseña que, ante la impotencia, nuestra respuesta, al igual que la de Dios, ya no sea más la potencia u omnipotencia, sino la impotencia: el querer, el amar, la fraternidad. Un estilo de vida y conducta en medio de las cuales el más grande se abaje al menos grande. Afirma el Dr. Estrada: “La omnipotencia de Dios no puede estar al margen de la misericordia”. En este sentido—en el espíritu del Salmo 82 y de Mateo 25—Dios se muestra tan impotente que necesita al ser humano. Dios no puede salvar a nadie sin el ser humano. Somos nosotros, como humanos que le permitimos a Dios un espacio en nuestra tarea liberadora y humanizante para que pueda existir la misericordia y el amor. De esta manera, en el Dios hecho carne en Jesucristo, el amor se hace vulnerable; pero es solo en esa vulnerabilidad que puede existir la libertad y el amor.
Lucas 2.52, según el Dr. Estrada, muestra ese proceso pedagógico en el que Dios ha aprendido: Jesús va creciendo en el conocimiento de Dios, en el conocimiento del ser humano y en el conocimiento de sí mismo. El Dios, que aprende en Jesús de Nazaret, se admira de la fe de un extranjero, que supera a la de los paisanos de Jesús, y afirma: “No he encontrado una fe como la de este”; o cuando acepta el desafío de la lección que le da la mujer sirofenicia para abrirse a las personas que no son de su raza y etnia. Ese modo de aprender de Dios es el que también nos sirve para que no convirtamos a la misericordia de Dios, “porque Dios es ingente de nosotros; él tiene hambre de nosotros y quiere hacerse presente para que lo sea con los que amamos.
Al respecto, el conferencista cita el diario de Etty Hillesum (judía en la época de Hitler), quien le escribe páginas directas a Dios, y dice: “¡Tenemos que ayudar a Dios!”, y le dice:
“Te ayudaré Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Solo una cosa es para mí cada vez más evidente: que Tú no puedes ayudarnos, que debemos de ayudarte a Ti, y que así, nos ayudemos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios mío, salvar un fragmento de Ti en nosotros. Ta vez así, podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que Tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; parece que lo que está ocurriendo pertenece a esta vida. Pero nosotros, sí podemos ayudarte para que Tú te hagas presente en los demás.”
En otras palabas, mi vida es mía y solo puede ser la vida de Dios, si yo permito que Dios se haga presente en mi vida. Y, afirma el Dr. Estrada: Para nosotros que somos cristianos, Dios se hace presente cuando en nuestra vida comienza a haber un compromiso, una relación entre lo que vivimos con lo que vivió Jesús de Nazaret.
La vulnerabilidad hace más fuerte al amor. Así que el Dios omnipotente se hace frágil, para ser Dios de los más impotentes; porque, sobre todo, es Dios de misericordia. Y es por eso por lo que necesita al ser humano. Dios no quiere ni puede salvar al ser humano, al margen de este. Dios no viene a desplazarnos para convertirse en el centro de la vida. Y como la vida de cada uno de nosotros, de nosotras nos pertenece, ésta solo puede ser la vida de Dios, si yo le permito que se haga presente en mi vida. Para ello, mi vida, nuestra vida, solo puede manifestar esa unidad con Dios cuando empieza a existir una relación entre lo que vivimos con lo que vivió Jesús de Nazaret. Y, por ello, al final de su tarea, Dios, el Padre, señala Estrada, no tiene poder de salvar a Jesús y mete a Jesús más en la cruz, en lugar de darle más y más lugar a las cumbres del poder. Así que la muerte en la cruz afirma que Dios rechaza toda teología de la gloria, al margen de la cruz. Así Jesús que nunca pecó contra Dios se entrega por los demás; por eso se entrega a Dios por amor y misericordia de los más machacados, de los más vulnerables.
Divinidad verdadera, divinidad justiciera e inclusiva
Dicho lo anterior, mi propuesta es la siguiente: Todo nombre, título, imagen, metáfora o expresión para referirse a Dios, y que haga justicia al ser de este Dios, debe mantenerse en el círculo semántico de la definición de divinidad que se ha desarrollado en la primera parte de este ensayo: El Dios de la Biblia es el Dios de la justicia y, por eso, es el Dios de la misericordia y el amor para con los más vulnerables de las ciudades, pueblos y aldeas de nuestro planeta, incluyendo a todo ser viviente de nuestro ecosistema.
¿Qué imágenes y formas de hablar de Dios debemos de considerar ahora y en el futuro?
En mi búsqueda y desarrollo de una teología bíblica, acorde con el espíritu de lo que en este ensayo estamos hablando, he estado desarrollando, desde hace más de tres décadas, la metáfora del niño/niña como punto de referencia para todo quehacer bíblico teológico, pastoral, misional y educativo. Esa metáfora, obliga a adentrarnos más y más al espíritu de evangelio de Jesucristo y al plan del reino de Dios programado y descrito desde el Antiguo Testamento. ¿Qué implicaciones trae para toda nuestra pastoral y misión que Dios, Jesucristo, líderes de iglesias, educadores, etc. sean vistos y vistas a la luz de esa metáfora? ¿Qué pasaría si dejamos de ver a Dios como el adulto omnipotente y lo empezamos a ver como el niño y niña vulnerable, impotente, ajeno al poder y deseoso de crear cada día nuevos mundos de fraternidad y solidaridad con todo mundo, sin exclusiones de ningún tipo?
En mis escritos—como también he descubierto en los de otros autores y autoras—el Dios-niño/niña sueña por un mundo de posibilidades inmensas donde todo ser humano y todo el mundo animal y vegetal viven en shalom total. Y, siendo los niños/niñas—junto con los pobres—la presencia de Jesucristo y el Padre en el reino de Dios, entonces, podemos considerar la metáfora del niño como una propuesta más inclusiva del quehacer bíblico-teológico, pastoral, social, económico y político. Para ello, es esencial y urgente que la sociedad “a lo adulto” se haga a un lado, desaparezca para darle lugar al mundo de los “niños y niñas”, tal como se describe en textos tales como el Salmo 8.2; Isaías 11.1-9; Marcos 9.33-37; 10.13-16; Mateo 18.1-5. Habiéndose Dios manifestado niño en Belén, y tras haber abierto de par en par las puertas del su reino para todo varón y mujer para entrar en él convertido en niño/niña, considero que la imagen infantil de Dios es una de las más desarrolladas en la Biblia y la teología, así como una de las más adecuadas para esta dura y peligrosa época que nos ha tocado vivir. Ante un mundo construido a lo adulto y manejado desde esa perspectiva, el sueño de Dios, descrito desde la utopía de un mundo a lo niño/niña es la opción para este nuestro oikós llamado Tierra.[3]
Junto a la metáfora infantil de Dios, es justo añadir todas aquellas que muestran el lado frágil y vulnerable de la divinidad, manifestada, sin lugar a duda, en Jesús, como pobre y como quien privilegió a los desclasados y marginados (Mt 11.2-6). Jesús de Nazaret es imagen y presencia de Dios aquí y ahora, como lo fue y ha sido en todo lugar y tiempo desde que estuvo físicamente aquí en la tierra y ocupó como su lugar de honor la cruz (Fil 2.5-8).
Jesús de Nazaret, en su fragilidad y vulnerabilidad también es imagen y ejemplo de solidaridad radical—en tiempos como la pandemia del siglo XXI—tal como cuando se hizo leproso al tocar a un leproso para sanarlo (Mt 8.2-3). La imagen de Dios en este contexto bien podría ser de indigente, que se hace así para socorrer a hombres, mujeres, niñas, niños y jóvenes que sufren de pobreza y marginación extrema en nuestras grandes ciudades latinoamericanas. En este mismo sentido, cabe hablar de Dios hecho humano, en la figura del “samaritano”; que el día de hoy bien podría ser el del marginado que se “expone a peligros extremos, por convertirse en salvador del extraño, del marginado “peligroso”. Y es, precisamente en ese sentido que colocamos—según me lo recordó Cira Ivette, mi compañera de vida—a los y las trabajadoras de la salud en estos tiempos de pandemia: desde quienes realizan las tareas de limpieza y preparación de todo el equipo necesario, transporte de enfermos, pasando por el personal de enfermería y medicina que tienen la tarea de hacer todo lo posible por salvar vidas o, acompañar hasta el final de la vida a quienes sucumben ante el Covid-19 y sus varias mutaciones, incluyendo a un buen número de ellos.
Aunque parezca y suene contradictorio, existen circunstancias extremas en las que la imagen del Dios Omnipotente tiene espacio; siempre y cuando se coloque esa cualidad divina como instrumento y posibilidad de protección, salvación y liberación de toda aquella persona, pueblo y nación que, que por su vulnerabilidad y sufrimiento atrás necesite de la presencia solidaria y libertadora de este Dios ante este sistema bestia que exprime y aniquila la vida en favor de unos cuantos. La experiencia del éxodo y los postulados de la alianza en el monte Sinaí permiten, sin duda, el uso de esa metáfora, al igual que la literatura apocalíptica tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Las imágenes y metáforas relacionadas con lo anterior—alas de águila, fortaleza, roca y escudo calzan muy bien como parte del poder extraordinario de Dios para proteger al vulnerable. Véase el Salmo 9.9 como ejemplo: “Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia” (RV60).
Al compartir con amigos y colegas al respecto, las siguientes ideas surgieron a la luz:
El pastor Daniel Mato de Buenos Aires, amigo español que reside en Argentina desde su infancia, en un par de párrafos que envió presenta a Dios como “el Dios solidario con nosotros hasta la sangre de su Hijo; un Dios Anti-mal, que, como admirablemente dijera Whitehead, no es el soberano altivo e indiferente, sino “el Gran compañero, el que sufre con nosotros y nos comprende”. Y añade: El mal no es un absoluto: podemos y debemos luchar contra él, sabiendo que Dios está a nuestro lado, limitándolo y superándolo en lo posible ya ahora dentro de los límites de la historia y asegurándonos el triunfo definitivo cuando esos límites sean rotos por la muerte. Por eso, en elemental rigor teológico, no tiene sentido que nosotros “pidamos”, intentando “convencer” a Dios para que nos libre de nuestros males. Al contrario, Él es el primero en luchar contra ellos y es Él quien nos llama y “suplica” a que colaboremos en esa lucha. ¿Qué otra cosa significa el mandamiento del amor —¡a nosotros mismos y al prójimo?—, sino una llamada a unirnos a su acción salvadora, a su estar siempre trabajando (Jn 5,17) para vencer el mal y establecer el Reino”. De acuerdo con estos párrafos, Dios como ser solidario, invita a su gente, a unirse en solidaridad para colaborar en los objetivos de su reino.
Jorge Tasin[4], otro gran amigo de Argentina comparte lo siguiente: “Toda imagen o concepción de Dios —propia o ajena— es una producción subjetiva que precisa ser considerada en su suma de contextos. De hecho, aun argumentando la inspiración sagrada, ello no resuelve las enormes diferencias y arduas discrepancias. La América hispana, aun con sus contrastes propios de cada tiempo y región, acarrea una extensa y controvertida tradición conceptual religiosa. A esta complejidad cultural se suma en las últimas décadas, por innumerables razones multicausales, el notorio desplome de la credibilidad social hacia todo tipo de discursos. Hemos perdido al lenguaje como mediación humana constructiva e instrumento de comunicación genuino y confiable, y es en esta pérdida de legitimidad, en la hondura de este fenómeno sociopolítico, donde debe situarse toda reflexión teológica sobre la validez y contenido del sustantivo masculino Dios.
En nuestro espacioso escenario maltrecho de inequidades e injusticias, dolores y violencias, la crisis excede largamente a la trágica coyuntura de esta pandemia. El dolor y la angustia de la enfermedad y la muerte que nos apalea profundizan una decadencia política, económica, sanitaria, laboral, de larga data. Junto al grave crecimiento de la miseria y la violencia en sus múltiples aspectos y a la fragmentación de los vínculos comunitarios, acaso la connotación más perniciosa y devastadora, precisamente, es que nos hemos constituido en una cultura que carece de lenguaje y en la que todo discurso, sea político, religioso, informativo, ha perdido su validez y sentido. Habitamos sociedades embaucadas y defraudadas en las cuales la palabra discursiva ha sido un instrumento mentiroso y estafador al servicio de los poderes dominantes, entre ellos, el de la propia iglesia. La imagen de Dios hoy deriva del desencanto provocado por una iglesia que institucionalmente se ha servido de su poder, ha guardado silencio ante el atropello, la corrupción y la impunidad, y proferido un discurso prometedor de lluvias de oro y felicidades, que reclama a su vez ofrendas y diezmos a una población abrumada de carestías y pesares resultantes de la avaricia, el engaño y el cinismo de gobernantes asociados a corporaciones económicas y financieras.
No se trata ni mucho menos de politizar el evangelio —pues de hecho lo es en tanto atañe a lo más entero, profundo y esencial de la vida humana— sino de rescatar la imagen de Dios reducida a sermones dominicales, a plegarias declamadas en el interior de los templos, o artículos y documentos teológicos, y situarla en la vida cotidiana de la comunidad, acompañando, supliendo y aliviando las necesidades múltiples y específicas. El evangelio no referencia a un discurso, al habla, sino a una vida de amor a todo otro en el sitio determinado donde ese otro vive y padece su existencia. Ser cristiano, hablar de Dios, no consiste en la elaboración estratégica de discursos pulidos y eficientes, sino en asumir la responsabilidad de un silencio respetuoso cimentado en una vida que honre los valores constitutivos del evangelio”.
Y, al insistirle con la pregunta ¿qué imagen o metáfora de Dios ofrecerías a través de los ojos de ese barrio de extrema pobreza donde trabajas? Me compartió lo siguiente: “Una vez, hace tiempo, participé de una misa bautismal en una parroquia del barrio. La gente sentada, empobrecida escuchando al sacerdote que les hablaba de que el camino para acercarse a Dios era el arrepentimiento. Al finalizar, uno de los asistentes me miró y me dijo, ‘…encima, nos tenemos que arrepentir’.”Y añadió: “No una metáfora, una paradoja: pobres, engañados, dolidos, postergados, y a más de eso, se tienen que arrepentir.
Documentos y libros de referencia:
Biblias citadas:
Biblia de Jerusalén: Nueva edición totalmente revisada. Bilbao: Deslée de Brouwer, 2009.
Santa Biblia Reina-Valera. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas, 1960.
Brueggemann, W. Teología del Antiguo Testamento: Un juicio a Yahvé, Testimonio, disputa, defensa. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2007.
Croatto, J. S. “Yavé, el Dios de la presencia salvífica: Éxodo 3,14 en su contexto literario y kerigmático”. Revista Bíblica Año 43-1981/3. Pp. 153-163.
Crossan, J. D. El nacimiento de cristianismo: Qué sucedió en los años inmediatamente posteriores a la ejecución de Jesús. Santander:Editorial SAL TERRAE Santander, 2002.
Estrada, J. A. Imágenes de Dios. Video: https://www.youtube.com/watch?v=wX2oVUOz6yg.
Hillesum, E. Una vida conmocionada: Diario1941-1943. Edición de J. G. Gaarlandt. Barcelona: Anthropos Editorial, 2007.
Sánchez, E. El reino y la niñez: Un recorrido bíblico entre fe, niñez y juventud. Buenos Aires: Juanuno1 Ediciones, 2019.
von Rad, G. Teología del Antiguo Testamento-I: Teología de las tradiciones históricas de Israel. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972.
Notas:
[1] A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de Biblia de Jerusalén. Nueva Versión totalmente revisada (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2009).
[2] https://www.youtube.com/watch?v=wX2oVUOz6yg.
[3] Para leer más al respecto de este tema, véase, Edesio Sánchez, El reino y la niñez: Un recorrido bíblico entre fe, niñez y juventud (Buenos Aires: Juanuno1 Ediciones, 2019.
[4] Jorge Tasín trabaja, desde hace más de veinte años, en un barrio de extrema pobreza en Buenos Aires, Argentina, integrando un programa de inserción social mediante educación, trabajo y asistencia terapéutica. Su formación es teológica.
Edesio Sánchez Cetina es mexicano-costarricense. Tiene una Maestría y un Doctorado (PhD) por el Union Prebiterian Seminary de Richmond, Virginia, Estados Unidos. Tiene un Grado Honorífico de Doctor en Letras Bíblicas (DLB) del Instituto Internacional de Estudios Superiores, Ciudad de México. Es consultor emérito de traducciones bíblicas de las Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas. Fue el coordinador general de la Traducción en Lenguaje Actual. Es autor de muchos artículos sobre exégesis y teología bíblica, formación y desarrollo de la Biblia y traducción de la Biblia. Es miembro de la Society of Biblical Literature (USA e internacional) y de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.
Nota: Este artículo fue subido a la página de la FTL el 16/05/2024.
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