Brenda García
“Solo la comunidad que ha comenzado a gustar (aunque sólo sea inicialmente) la realidad del Reino puede proveer la hermenéutica del mensaje… Sin la hermenéutica de esta comunidad viviente, el mensaje del Reino sólo puede convertirse en una ideología y un programa: no será el evangelio”.
Lesslie Newbigin
Resumen
El presente artículo parte de la afirmación de que la iglesia debe mirarse necesaria e indiscutiblemente a la luz del Reino de Dios, en tanto que la instauración del Reino de Dios es la manifestación tangible de la obra de Dios en la historia de la humanidad. Desde este contexto la iglesia se constituye en un proyecto redentor, una instancia para que el Reino de Dios sea posible de manera concreta. Por lo mismo la misión de la iglesia ha de ser integral y debe implicar no sólo el anuncio kerigmático sino también la praxis, y dar paso a la novedad que se desprende tanto de su realidad histórica como también de su carácter, para así dar paso a las nuevas eclesialidades que son el resultado de los actuales signos de los tiempos.
Introducción
El tema del Reino de Dios y la iglesia es un tema que debe abordarse en todo tiempo, ya que existen y han existido a lo largo de la historia infinidad de expresiones religiosas y espiritualidades que reclaman para sí el apelativo de iglesia y afirman predicar el Reino de Dios. En tanto, se debe profundizar de manera seria y evangélica sobre esta temática que también es el núcleo del mensaje bíblico. Hablar del Reino de Dios es hablar del propósito redentor de Dios para toda la creación y de la vocación histórica que tiene la iglesia respecto a ese propósito aquí y ahora: “entre los tiempos”. Es también hablar de una realidad escatológica que constituye el punto de partida a la vez que la meta de la iglesia. La misión de la iglesia consecuentemente solo puede entenderse a la luz del Reino de Dios y bajo la premisa indiscutible de la praxis de Jesús mediante la cual el Reino de Dios se hizo presente en un plano histórico que rompe con la idea de un futuro, es decir, no es un evento por venir sino un presente continuo. En este entendido las nuevas formas de ser iglesia o nuevas eclesialidades se constituyen como agentes reproductores del Reino de Dios en todo tiempo, si en verdad reclaman para sí el apelativo de iglesia.
I. El Reino de Dios
En los evangelios hay datos que permiten conocer sobre la vida de Jesús; como por ejemplo el anuncio del Reino de Dios como tema central y como reflejo de su praxis (cf. Lc. 12, 32; Mt. 19, 14; Mc. 1, 15; Mt. 5, 10), según Sobrino[1] como una continuidad de las tradiciones del Antiguo Testamento que anunciaban el plan histórico salvífico de Dios para la humanidad. Al igual que en los relatos del Antiguo Testamento (cf. Éx. 12, 41; 11, 8; 13, 13) en el Nuevo Testamento Dios escucha el clamor de su pueblo e irrumpe en la historia para liberarlo a través de Jesús (cfr. Mt. 1, 21; Mt. 4, 23-24; Mt. 8, 28-34; Lc. 4, 18-19), quien con sus acciones hace posible el Reino de Dios, comprendido como Buena Nueva, pero ante todo como liberación de los oprimidos, quienes por antonomasia están bajo la mirada de Dios. Las acciones, los milagros de Jesús se constituyen como signos tangibles del Reino de Dios que no es un anuncio fallido, ni una promesa sin cumplimiento sino liberación en toda su dimensión histórica. En Jesús el Reino de Dios es futuro y presente a la vez: “el Reino de Dios se ha acercado y está entre ustedes” (cfr. Lc. 17, 21). Las acciones contraculturales de Jesús, como el sanar a los enfermos, acoger a los niños y a las mujeres, el acercarse a los pecadores, instauran el Reino de Dios. Es decir, prima la justicia ante la injusticia, el amor ante el dolor, la paz ante la guerra, la igualdad ante la desigualdad, la liberación ante la opresión. Por tanto, el Reino de Dios, debe ser fundamentalmente entendido como acciones permanentes, constantes que se extienden a toda la humanidad, a todos los tiempos. Esto significa en pocas palabras que es esencialmente necesario para darle continuidad al Reinado de Dios tomar como referencia el aporte salvífico de Jesús y mediante eso emprender un proceso de liberación y transformación a nivel personal, comunitario y colectivo en el que primen los valores del Reino: la justicia, la verdad, la paz, el amor, etc. como signos tangibles, pero también como los que posibilitan la dimensión trascendental del plan salvífico de Dios.
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II. La misión de la Iglesia
Siguiendo toda la tradición bíblica del Antiguo como del Nuevo Testamento la iglesia es la sucesora del pueblo de Dios, que posee en sí mismo una estricta dimensión eclesial. Por tanto y en coherencia con las tradiciones bíblicas, la iglesia es necesaria para la constitución plena del Reino, y si pretendemos un poco más de coherencia, la misión de la iglesia debe estar enfocada en el ejemplo que presentan tanto los relatos veterotestamentarios como los evangelios (cf. Lc. 9, 1-6; 10, 1-11; Mt. 10, 1-15; Mc. 6, 6-13). En ellos se refleja claramente que la iglesia debe estar subordinada a la misión de implantar el Reino, un Reino donde el pueblo tenga vida plena. En este sentido, la misión de la iglesia debe enfocarse en: ser una iglesia de los pobres, hospitalaria e inclusiva, profética, y que responda a los signos de los tiempos.
– Una iglesia de los pobres e inclusiva
Una iglesia de los pobres debe tener como referencia fundamental la praxis histórica de Jesús, quien luchó por garantizar una vida digna para las personas, especialmente para los pobres, desfavorecidos y sufrientes. Esto se constituye en un contundente llamado al servicio, a la entrega, al reconocimiento y al amor que solo puede emanar de Dios, quien mira con misericordia a su pueblo. Esta declaración significa entre otras cosas que la iglesia de los pobres debe ser inclusiva, relacional, en sintonía con los signos de los tiempos. En este sentido, está conformada por los pobres, los desamparados y los oprimidos por los anti-reinos históricos. ¿Quiénes son en la actualidad? Esta pregunta nos remite a una cuestión estructural, una serie de fenómenos colectivos en la que diversos grupos de personas son excluidos, marginados y estigmatizados por las estructuras sociales, culturales y religiosas que responden a intereses de los sistemas y grupos dominantes. Estos grupos de personas son: las mujeres, los pueblos indígenas, la niñez, los empobrecidos, la comunidad LBGTI y la misma creación. Para que una iglesia sea considerada una iglesia de los pobres y cumpla con la misión de implantar el Reino, deberá incluir, liberar, vindicar, reconocer a estos grupos de personas y a la creación, deberá hablar diversas lenguas, caminar con diversos pasos, sentir desde la pluralidad, pensar desde otros lugares, reconocer otras formas de pensamiento. Así y solo así, estará cumpliendo con su misión a ejemplo de Jesús y de su praxis.
– Una iglesia hospitalaria
La hospitalidad es un valor central en toda la narrativa bíblica, y lo podemos apreciar desde el Génesis, en donde se describe el modelo de hospitalidad bíblica (cfr. Gn. 18). El relato presenta la historia de la generosa hospitalidad de Abraham y Sara hacia tres visitantes que acudieron a ellos a través del encinar de Mamré. La vida seminómada a menudo hacía que personas de diferentes orígenes entraran en contacto entre sí. La Canaán de Abraham era parte de una tierra que es puente natural entre Asia y África, una popular ruta comercial. En ausencia de una industria formal de hospitalidad las personas tenían obligación de dar la bienvenida a los forasteros. Por ello se nos presenta a Abraham, el patriarca, como la figura que encarna la hospitalidad. También en el Nuevo Testamento se describe desde el principio que Jesús “no tiene dónde recostar la cabeza”. Las narraciones comunes y tradicionales sobre la Natividad presentan que María y José fueron rechazados por todos los posaderos. Algunos sucesos en el libro de Hechos también reflejan los grandes gestos hospitalarios de los Patriarcas. Jesús mismo es retratado en los Evangelios viajando constantemente por Galilea, casi como un predicador itinerante y, por ello, en constante necesidad de cobijo y hospitalidad. En armonía con lo anterior la iglesia debe ser por naturaleza hospitalaria, abrir sus puertas a todos aquellos que lo necesiten, ofrecer cobijo en ausencia de manto y un pedazo de pan cuando escasee la mesa. Ahora bien, la hospitalidad de la iglesia no debe confundirse con simple asistencialismo o inmediatismos, es decir, no se trata de que la iglesia deba brindar a sus huéspedes espacio sin fin y que el anfitrión o la anfitriona deban dar infinitamente de sí para satisfacer en todo al huésped. Es parte del deber ser de la iglesia el brindar espacio, pero no como si se tratara de un espacio vacío. La verdadera hospitalidad es aquella que además de un espacio físico ofrece elementos que posibiliten al huésped ser promotores de acciones transformadoras para sí mismos y para los demás, como continuidad de las acciones permanentes del Reino de Dios.
– Una iglesia profética
Según algunos exégetas, la función profética consistía en: anunciar, denunciar y dar esperanza[2]. Esto significa que una iglesia profética debe alzar la voz ante las injusticias, denunciar los abusos, luchar contra la exclusión, el maltrato y el olvido. Pero también deben anunciar públicamente las Buenas Nuevas para los marginados de la historia. Por tanto, la iglesia debe ser coherente con su fundamento, es decir, la experiencia de un Dios liberador, y con los destinatarios de su proyecto. La iglesia no puede ni debe actuar de manera indiferente ante la injustica, por el contrario, debe procurar la justica, la paz, la misericordia (Cf. Is. 5, 1-6). El actuar profético de la iglesia se consagra como una alternativa para la humanidad que pretende fomentar nuevas relaciones humanas, nuevas sociedades, un mundo renovado donde prime la dignidad humana. Asimismo, la iglesia debe recuperar su compromiso político para incidir, para anunciar, para denunciar y para luchar con los sistemas de muerte que imperan en la actualidad.
– Una iglesia que responda a los signos de los tiempos
Como se vio en los puntos anteriores el Reino de Dios se nutre del proyecto liberador de Dios, el cual pretende establecer una libertad plena para su pueblo, con claras dimensiones tangibles, pero también y no menos importante una plenitud trascendente que no será alcanzada en la medida que no sea por la praxis humana. Por tanto, el Reino se configura como un conjunto de acciones constantes, permanentes, que se realiza en primer momento en el mundo, en la realidad, en la historia, en la que se establece la opción preferencial por los pobres (Cf. Lc. 24, 47; Hch. 2, 38; 13, 38) a través de Jesús, y es desde esas dimensiones propias de Jesús que la iglesia debe estar en sintonía con los signos de los tiempos: en la dimensión económica, política, moral y espiritual, y en su dimensión comunitaria.
En la dimensión económica, la teología de la liberación (TL), fiel a su compromiso con el Reino de Dios, propone que no es suficiente describir la situación de pobreza. Se deben también determinar sus causas para que la situación pueda se transformada[3]. A partir de este análisis la iglesia debe buscar los orígenes de la pobreza como categoría económica y, más aún, del empobrecimiento como categoría política y social, en tanto los pobres son el resultado de los poderosos de este mundo y de su estructura social y económica. En consecuencia, la misión de la iglesia debe romper y cortar los muros, las barreras de clase social y económica, provocando transformaciones individuales, comunitarias y colectivas desde los paradigmas que establece el Reino de Dios. En la dimensión política, para que el Reino sea posible y partiendo de este como acciones eminentemente políticas, la iglesia debe recuperar y fomentar su compromiso político, ya que este apela a la responsabilidad moral, pero, también exige formación e información necesaria para actuar de manera coherente y responsable con los cambios, con los signos de los tiempos. En este sentido, parafraseando a José María Mardones, la iglesia no debe ser ajena a nada humano, menos aún puede evadir las acciones en las que tan profundamente están implicados el ser humano y la sociedad[4]. En tanto la política apele a la actividad humana es compromiso de la fe cristiana fomentar el compromiso político a nivel individual y colectivo. En la dimensión moral y espiritual la iglesia debe fomentar nuevos modos de relacionarse los unos con los otros, desde las Buenas Nuevas de Jesús y desde el proyecto liberador de Dios, los cuales se hacen posible en la medida en que permitimos y contribuimos a que irrumpan en las vidas, transformando corazones. De esta manera el Reino irrumpe como fermento de una nueva humanidad, transformando las relaciones de odio, egoísmo, discriminación y explotación en relaciones de amor, solidaridad, justicia y paz. La dimensión moral y espiritual de la iglesia se percibe como una acción profundamente humanizadora (Cfr. Lc. 6, 20) que transforma la realidad de los seres humanos en contraposición de la carencia de valores y la crisis de humanidad que azota nuestra realidad contemporánea. En su dimensión comunitaria el proyecto fundamental de Dios, como se ha enfatizado, es la liberación de todo lo que estigmatiza (dolor, división, egoísmo, pecado, muerte), pero no una simple liberación sino una liberación en la que prime la vida, y que se constituya a la vez en el conductor por excelencia al Reino, a la gracia y a la plenitud en Dios. Este carácter del proyecto de Dios se traduce en una dimensión comunitaria. Tal es el caso y ejemplo de Jesús, quien contrapone los intereses individuales y recupera las relaciones de amor, fomenta la solidaridad y busca la justicia. Estas características, enfocadas en la dimensión comunitaria, son esenciales para la iglesia, en tanto ésta se constituye como un ente de transformación de comunidades, de personas, de la humanidad.
Con base en lo anteriormente expuesto la iglesia está completamente subordinada a la implantación del Reino de Dios, el cual es la meta definitoria del proyecto de Dios y de la praxis de Jesús, que está indisolublemente relacionado con el espíritu liberador de Dios, un espíritu profundamente humanizador, comunitario, para los pobres de la historia. En consecuencia, la misión de la iglesia consiste en la tarea de implantar permanentemente el Reino y de reconocer a los destinatarios de este, como pretendo plasmar en los siguientes versos.
Bienaventuranzas y Ayes
Dichosos ustedes quienes con árida agonía
infunden esperanza
Dichosos ustedes cuyo amor alcanza los corazones
maltrechos
Dichosos ustedes cuyas manos ayudan sin esperar
nada a cambio
Dichosos ustedes que con su llanto fertilizan la
tierra
Dichosos ustedes que renacen en las inclemencias
Dichosos ustedes que abrazan al enfermo, al caído,
al excluido, al marginado
Dichosos ustedes que flotan entre las aguas
Dichosos ustedes que no sucumben ante los
poderes de muerte
de ustedes es el Reino aquí y ahora.
Alégrense ustedes,
porque en verdad han conocido el evangelio.
Pero
Ay de ustedes insolidarios
Ay de ustedes mercaderes de la necesidad
Ay de ustedes traficantes de la salud
Ay de ustedes megalómanos del poder
Ay ustedes idólatras de lo vano
Ay de ustedes falsos profetas
Ay de ustedes sabios de este mundo
Ay de ustedes genocidas
Jamás han conocido el amor, la justicia
ni al Dios de la vida[5].
III. La ekklesia y las nuevas eclesialidades
En las últimas décadas han surgido nuevas formas de ser iglesia. Existe, por un lado, una gran diversidad de familias denominacionales que pretenden sobrevivir al embate de un desencanto casi profetizado tiempo atrás y, por otro lado, existe una ola creciente de un cristianismo no confesional, para el cual la pertenencia a una comunidad denominacional no figura entre sus prioridades como lo fue en décadas pasadas, cuando surgieron las primeras iglesias protestantes en el continente americano. En este sentido, es una tarea difícil el hablar de una solo forma de ser iglesia. No se puede encasillar o incluso definir con extrema precisión la forma y estructura de cada una.
Cada vez es más evidente el fenómeno de comunidades independientes, células familiares, casas de oración, grupos eclesiales y paraeclesiales, que reclaman para sí mismos el apelativo de iglesia, lo cual lleva a preguntarnos a qué se refiere la palabra iglesia y la connotación para hoy.
– Antecedentes del vocablo ekklesia
En el mundo greco-romano, ekklesia era «una asamblea legal de ocho ciudadanos griegos desocupados, reunidos para negociar asuntos públicos». El vocablo describe una asamblea de carácter regular o extraordinario, en la que cada ciudadano tenía el derecho de hablar y proponer asuntos en la discusión que concernía a las polis. Dicha ekklesia se caracterizaba por ser un fenómeno político. Venía a ser una asamblea de todos los ciudadanos, funcionalmente enraizada en la democracia griega, donde se tomaban decisiones políticas y judiciales[6]. En ese marco secular, el término se usaba habitualmente para designar a una asamblea sin tinte religioso, democrática y no exclusivista, por parte de las respectivas comunidades griegas, conforme al sentido secular de asamblea. En realidad, en el griego secular no existen ejemplos probados del empleo de ekklesia con una connotación religiosa.
En el Nuevo Testamento la palabra ekklesia tiene claramente una connotación religiosa y esta fuertemente ligada a la comprensión de asamblea presente en el Antiguo Testamento. Tanto es así que en la Septuaginta, la traducción al griego de las Escrituras del Antiguo Testamento, la «congregación» de Israel, la cual es qahal en hebreo, fue traducida al griego por ekklesia, especialmente cuando tal «congregación» estaba formada por el pueblo de Israel en el momento de reunirse ante la presencia del Señor para propósitos religiosos[7]. (Cf. Dt. 18, 16; 31, 30; 1 R. 8, 65; Hch. 7, 38). También la palabra sinagoga se usó originalmente para referirse a una asamblea de personas reunidas para un propósito específico. Más adelante la palabra se aplicó a una asamblea de cristianos que se habían reunido para adorar la resurrección de Jesús[8]. Santiago usó en su libro ambas palabras del griego, sunagoge y ekklesia, aparentemente porque era a los cristianos de origen judío a quienes tenía en mente como lectores de su libro. Usó la palabra sunagoge para referirse a una congregación de cristianos que se habían reunido para adorar (Cf. Stg. 2, 2), y usó la palabra ekklesia para referirse al cuerpo de creyentes que estaban en un lugar determinado (Cf. Stg. 5, 14). El evangelista Mateo utiliza una palabra para designar a los que, mediante Su salvación, llegaron a ser el singular pueblo de Dios. Eligió la palabra iglesia (Cf. Mt. 16, 18), la cual es probable que se refiriera a una asamblea en el sentido secular, pero con la diferencia de que se trata de una asamblea del pueblo de Dios, en el sentido que le da Antiguo Testamento. Nuestro Señor tomó una palabra secular y le dio un significado religioso especial. En definitiva, la palabra tiene antecedentes tanto seculares como religiosos que siguen estando presentes en el cotidiano e imaginario contemporáneo.
– La ekklesia en la actualidad
La eclesiología ligada a la praxis moderna ha demostrado un interés creciente por validar las distintas formas de ser y hacer iglesia, como también de despertar el carácter activo de todos sus miembros, en el entendido que todos forman parte del pueblo de Dios. Este interés se debe en buena parte porque no se puede ignorar la diversidad de formas de ser y hacer iglesia, más allá de una estructura, templo o familia denominacional. Atrás quedaron los tiempos en que se hablaba de una sola tipología, que en muchos casos era interpretada como jerarquía e institucionalización. El pueblo de Dios es diverso, polifónico y multicultural, lo que refleja la esencia del evangelio: que la Buena Nueva es para todos sin distinción. Esto parece haberlo entendido ya buena parte de las comunidades cristianas. Ahora son más las iglesias, ministerios y comunidades que responden afirmativamente a la necesidad de religación desde otras formas posibles. Esta apertura va acompañada de la esperanza de hacer posible el Reino de Dios y de vivir de acuerdo con los valores del mismo, con la incursión, visibilizacion y reconocimiento de nuevos sujetos de derecho, como la comunidad LBGTIQ, el reconocimiento de muchas mujeres dentro del ministerio primario, el interés en la niñez, la ancianitud y, por qué no decirlo, también de la creación misma. Parece que es posible soñar ese sueño, pero no de manera pasiva o sentimentalista, sino de una forma activa y concreta, que permita a estas nuevas formas de ser iglesia constituirse como ejemplos vivos del evangelio. En pocas palabras las nuevas eclesialidades dan la oportunidad de soñar despiertos el Kairós y de construir y alimentar la esperanza escatológica a partir de la praxis.
Sin embargo, se debe tener mucho cuidado ya que dentro de esta diversidad de nuevas eclesialidades, no todo se refleja como fidelidad al evangelio. La posmodernidad por ejemplo ha dado cabida a actitudes y acciones que responden al mundo globalizado y a sus intereses. Así como el escritor bíblico pone en boca de Jesús: “el reino de Dios está entre ustedes”, se debe reconocer que la “la religión de consumo esta en medio nuestro”. Muchas de las nuevas formas de ser iglesia se vuelven parte de esta oferta para muchas personas que prefieren vivir un “evangelio free”. El apogeo en el continente americano de la llamada teología de la prosperidad, o el auge de los movimientos pentecostales, deber ser un asunto sobre la palestra, por la enorme connotación política, económica y social que de estos movimientos se desprende.
En consecuencia, no se debe, separar en un plano irreconciliable estas nuevas formas de ser iglesia, que están supeditadas al Reino de Dios, y es tarea de cada una tejer esa afirmación, en el entendido también de que la iglesia, si pretende ser iglesia, está llamada a denunciar, anunciar y dar esperanza. Esto indica que su campo de acción abarca todas las dimensiones del pueblo de Dios y el lugar donde se desarrolla. Solo así estas nuevas formas de ser iglesia se embarcan en el mensaje concreto que contiene la Biblia, un mensaje de salvación y de liberación.
IV. Consideraciones finales
La iglesia en definitiva solo debe entenderse a la luz del Reino de Dios y como continuadora de la praxis de Jesús. Por tanto, tiene la misión de anunciar el mensaje de salvación y liberación para los oprimidos de la historia.
Nuestro presente está lleno de signos a través de los cuales Dios se continúa haciendo presente en la historia de la humanidad. Es deber del pueblo de Dios discernirlos, es decir, saber qué dice Dios a través de ellos, para trazar la ruta que como iglesia se debe seguir.
Las nuevas eclesialidades se vuelven el reflejo del evangelio cuando el pueblo de Dios descubre al Dios de vida, que desea una vida solidaria y abundante para su pueblo, y cuando desde las comunidades emerge la Buena Nueva.
Estamos viviendo un tiempo kairótico. Es tiempo de echar vino en odres nuevos y desechar los odres viejos. Es tiempo de gratitud, de esperanza y celebración.
Bibliografía
Brown, Francis y otros (1979). The New Brom-Driojer-Briggs-Gesenius Hebrew and English Lexicon.
Peabody, MA: Hendrikson
De Sivatte, Rafael (2003). Dios Camina con los Pobres. UCA editores, San Salvador
Gutiérrez, Gustavo (1988). Teología de la Liberación, Historia, Política y Salvación
Küng, Hans (2002). “Los inicios de la iglesia”, en La Iglesia Católica. Barcelona, Editorial Mondadori
Mardones, José María (1993). Fe y Política. El Compromiso Político de los Cristianos en Tiempos de
Desencanto. Salterrae
Sobrino, Jon (1992). Resurrección de la Verdadera Iglesia. Los Pobres: Lugar Teológico de la
Eclesiología. Salterrae, Santander
Notas:
[1] Sobrino Jon. Resurrección de la verdadera iglesia, los pobres lugar teológico de la eclesiología, Salterrae, Santander, 1992.
[2] De Sivatte, Rafael. Dios Camina con los Pobres. UCA editores, San Salvador, 2003.
[3] Gutiérrez, Gustavo. Teología de la Liberación. Historia, política y salvación. 1988.
[4] Mardones, José María. Fe y política, el compromiso político de los cristianos en tiempos de desencanto. Salterrae 1993.
[5] Brenda García.
[6] Brown, Francis y otros. The New Brown-Driojer-Briggs-Gesenius Hebrew and English Lexicon. Peabody, MA: Hendrikson, 1979.
[7] Kung, Hans. “Los inicios de la iglesia” en La Iglesia Católica. Barcelona, Editorial Mondadori, 2002.
[8] Íbed.
Brenda Garcia es salvadoreña, licenciada en teología, magister en teología latinoamericana, magíster en estudios culturales opción literatura, doctoranda en teología, además de estudios en género, masculinidades, sexualidad, niñez y adolescencia, creatividad literaria, nuevos enfoques teológicos. Es además ex-misionera, ordenada al pastorado, directora del programa de prevención de violencia de género en las iglesias de Urban Strategies, coordinadora de MujerEs, coordinadora del núcleo FTL El Salvador y docente universitaria de Biblia y teología.
Nota: Este artículo fue subido a la página de la FTL el 19/07/2023.
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