María Alejandra Andrade Vinueza
Abril de 2017
“No los queremos aquí”[1].
“El día después de las elecciones mi hijo Sebastián llegó llorando a la casa y me dijo: ‘Ya no me hagas volver a la escuela. Otra vez ese niño me gritó: Build the wall. Go back to Mexico, nobody wants you (Construyan el muro. Regresa a México, nadie te quiere)”. Esas son las palabras angustiadas de Sabina, una mujer mexicana que, desde hace 15 años vive y trabaja de manera legal en Wisconsin, Estados Unidos. Con tristeza, ella cuenta que, desde que inició la campaña de Trump por la presidencia, cada vez que ‘ese niño’ se encuentra con Sebastián, le grita todos los slogans de campaña de Trump, y lo hace extendiendo el índice y encogiendo los demás dedos: disparándole como si su mano fuera una pistola (Primera, 2016).
Al igual que Sabina, varios gobiernos y miembros de la sociedad civil en América Latina han expresado su inquietud por la llegada de Donald Trump a la presidencia, principalmente por dos de sus promesas de campaña que amenazan con poner a las personas refugiadas y migrantes en mayor situación de vulnerabilidad: la construcción de un muro en su frontera con México y la aceleración de las deportaciones. De ponerse en marcha, estas medias podrían afectar los cerca de 11 millones de personas indocumentadas que se cree que residen en Estados Unidos (BBC Mundo; 2016), así como a las miles que siguen buscando llegar (según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados —ACNUR— entre el 2013 y el 2015 el número de solicitantes centroamericanos de asilo en Estados Unidos aumentó en un 250% y ese número fue el doble de el de 2014) (UNHCR, 2016).
Esta nueva ola de migraciones desde América Latina sigue, pues en aumento, y se caracteriza por dos factores: el incremento de niños y niñas migrantes no acompañados; y la multiplicidad e interrelación de los factores que motivan a las personas a migrar, dentro de las cuales la violencia, la pobreza, o la búsqueda de reunificación familiar, ocupan los primeros lugares (ACNUR, 2016; 12). Esta postura antimigratoria del presidente Trump comenzó a verse reflejada desde los primeros días de su mandato, con la firma de su primer decreto presidencial. Haciendo alusión a los ataques del 11-S, Trump justificó la prohibición de entrar a territorio estadounidense a personas provenientes de siete países de mayoría musulmana como necesaria para “mantener a los terroristas radicales islamistas fuera de Estados Unidos” (CNN, 2017); irónicamente, ninguno de los países de origen de los secuestradores del 11-S se vieron afectados por este decreto antimigratorio (Engel, 2017). Dejando de lado la legalidad del decreto No. 13,769 y la evidente violación de tratados internacionales como la Convención de Ginebra de 1951 (ACNUR, 1951), lo que es en verdad preocupante es el nivel de popularidad que políticas como ésta están ganando a nivel mundial, avalando así el que personas sean discriminadas por su raza, religión, género, nacionalidad, lugar de nacimiento o lugar de residencia.
En efecto, el caso de Estados Unidos no es aislado; en varios países del mundo, el sentimiento ultranacionalista, reflejado en discursos xenofóbicos y decisiones políticas proteccionistas, está creciendo y legitimándose. En Europa, Reino Unido, Francia, Austria, Italia, Suiza, Países Bajos, Dinamarca y Alemania, son algunos ejemplos (Pardo Torregrosa, 2016). América Latina no ha sido la excepción, pues en varios países, el ascenso de la ‘nueva derecha’ (López Segrega, 2016; 13) está conduciendo a varios gobiernos a promover, entre otros, el endurecimiento de sus leyes migratorias. Los grupos políticos, agrupaciones civiles e individuos que defienden estas posturas, asocian el aumento del número de personas migrantes con el impacto negativo en la economía nacional, la vulnerabilidad a acciones terroristas, la preocupación por la pérdida de la cultura e identidad nacional en general y el aumento de sus problemas sociales (Sputnik, 2017). Una de las maneras en la que se evidencia esta percepción negativa es la connotación de algunos términos con los que se refiere a las personas migrantes —‘persona ilegal’ ‘inmigrante irregular’— lo cual los relaciona con una conducta criminal que debe ser castigada, en vez de considerar las causas que los llevaron a emigrar y, por ende, la protección que podrían necesitar(aunque parezca no tener mucha importancia, el uso de la terminología correcta es muy relevante en el debate sobre migración pues tiene implicaciones sociales, simbólicas, legales y de política pública) (UNHCR, 2016).
La legitimación del rechazo a las personas extranjeras es particularmente problemática si se considera que el mundo está enfrentando la mayor crisis migratoria de todos los tiempos, con 65,3 millones de personas desplazadas de manera forzosa a nivel global (UNHCR), y que existen altas probabilidades de que las cifras aumenten en los próximos años debido al cambio climático[2] (cuya existencia, por cierto, ha sido negada por el presidente Trump) (Pereda, 2016). Así, en un mundo en el que 34.000 personas son forzadas a dejar sus hogares cada día (UNHCR) por causa del conflicto, la violencia y la pobreza, las actitudes de exclusión limitan significativamente sus oportunidades de salir adelante y los expone a mayores niveles de riesgo y violación a sus derechos humanos.
Ante esta realidad, quienes creen que la Iglesia debe ser una comunidad que acoge al necesitado, denuncia las leyes injustas y promueve un mundo en el que todos y todas experimentan una vida plena de manera integral, han observado con cierta sorpresa que, tanto en Estados Unidos (Christianity Today Editors , 2016) como en Latinoamérica, algunos sectores de la iglesia evangélica han acogido los discursos y posturas de la derecha conservadora hacia lo que representa el otro, citando a la Biblia como respaldo (Segura, 2016). Ejemplos de esto son Colombia, Honduras, Chile, Guatemala, Perú, Costa Rica, Brasil, entre otros.
¿Qué luces brinda el texto bíblico para enfrentar problemáticas actuales y cruciales como la crisis migratoria? Para empezar, es necesario admitir que, aunque la Biblia contiene pasajes muy definitivos en la defensa de la vida y los derechos de los extranjeros, el texto bíblico incluye también pasajes que reflejan fuertes actitudes de separación y rechazo. Esto lleva a hacerse dos preguntas: si el mensaje central de la Biblia gira en torno a la acción gloriosa de Dios por redimir a toda su creación para que viva una vida plena, ¿cómo pueden los textos bíblicos incluir posturas tan diferentes hacia las personas migrantes? ¿Cómo pueden releerse e interpretarse las narrativas bíblicas que reflejan posturas de abierto rechazo entre seres humanos de tal manera que no sean utilizadas para alimentar la exclusión y, por el contrario, animen a las comunidades de creyentes de hoy a actuar en defensa de quienes huyen de sus países en búsqueda de mejores oportunidades?
Con esto en mente, el presente artículo asume el desafío de hacer una lectura contextual del pasaje de Esdras 9-10 a la luz realidad migratoria en América Latina y el Caribe y busca ofrecer a cristianos y cristianas herramientas que les permitan comprender las dinámicas humanas que conducen al rechazo y considerar maneras alternativas de relacionarse con las personas migrantes y refugiadas, tomando en cuenta complejidad de esta problemática tanto para los países expulsores como para los países receptores. Esto se llevará a cabo en tres momentos, siguiendo el proceso hermenéutico ver, juzgar, actuar. En el primer capítulo se describirá las actitudes y acciones de rechazo a lo extranjero presentes en Esdras 9-10. El segundo capítulo buscará comprender las actitudes de rechazo en Esdras a la luz de su contexto. Finalmente, el tercer capítulo explorará maneras alternativas para construir relaciones más inclusivas y sostenibles con las personas migrantes y refugiadas[3].
I. Admitiendo el rechazo: Esdras y la separación de los extranjeros
El libro de Esdras relata el regreso de algunos grupos de judíos que fueron desterrados a Babilonia luego de la conquista del rey Nabudonodosor. Inicia con el decreto de Ciro, rey de Persia (538 a.C.), que permitió a un primer grupo de judíos exiliados en Babilonia regresar a su tierra de origen, liderados por Zorobabel; este primer grupo reconstruyó el templo de Jerusalén. Posteriormente, un segundo grupo (alrededor del 525-457 a.C.) fue liderado por Esdras, quien estuvo a cargo de restablecer la Ley. Debido a que el libro de Nehemías relata el regreso de un tercer grupo que se encargó de la reconstrucción de la ciudad y sus muros (444 a.C.), algunos biblistas sugieren que Esdras y Nehemías deben leerse en conjunto, y como una continuidad del libro de Crónicas[4]. Los relatos de Esdras y Nehemías sobre el regreso de la diáspora judía a la tierra de Judá evidencian que los esfuerzos por reconstruir su identidad se llevaron a cabo en medio miedo (Esdras 3:3) y conflictos con otros grupos vecinos (Esdras 4-6; Nehemías 5).
Los capítulos 9 y 10 de Esdras relatan que, al mezclarse con otros pueblos cuyas prácticas eran consideradas abominables, la comunidad judía postexílica había sido infiel con Dios (Esdras 9:1, 11). Finalmente, este libro del Antiguo Testamento concluye con el arrepentimiento del pueblo y la decisión de expulsar a las mujeres extranjeras con quienes los hombres judíos se habían casado, así como de sus hijos e hijas (Esdras 10:3-44). El texto bíblico no entra en los detalles del drama humano que pudo haber implicado la separación repentina de familias por causa de su linaje, sin embargo, esta situación es real para refugiados e inmigrantes alrededor del mundo quienes, de un día para otro, reciben la noticia de que su estatus no será renovado y que, por lo tanto, deben abandonar el país que han convertido en su hogar en pocas semanas. Este es el caso de los 250.000 descendientes de haitianos en República Dominicana que fueron despojados de su ciudadanía dominicana en el 2013 (Human Rights Watch, 2015; 3), o de los jóvenes refugiados en Suiza a quienes se les ha diagnosticado con el síndrome de la resignación (Aviv, 2017). Por otro lado, llama también la atención la manera en la que el texto deshumaniza a las “mujeres extranjeras” (no tienen nombre y no se tiene más detalle que son “mujeres de los pueblos vecinos”) y la forma unilateral en la que esta decisión es tomada (ellas no tienen la opción de defenderse ni de opinar). En su estudio exegético sobre Esdras 9-10 desde una perspectiva de género, la biblista Elizabeth Cook se pregunta por qué la expulsión de la comunidad judía se dirige específicamente a las “mujeres extranjeras y sus hijos” (¿no había también hombres extranjeros en medio de la comunidad?). Cook concluye que, en Esdras al igual que en otros pasajes bíblicos (Éxodo 4; 34; Deuteronomio 7), las mujeres extranjeras encarnan los peligros que amenazan a Israel en momentos históricos críticos de su historia (y, de manera particular, personifican el riesgo que tiene el pueblo judío de ser infiel a Dios por medio de la adoración a otros dioses) (Cook Steike, 2011; 191). Partiendo del análisis de Cook, este artículo admite que en Esdras 9-10, la expulsión de las “mujeres extranjeras” debe ser entendida como un rechazo a todos —hombres y mujeres— a quienes el pueblo judío de la diáspora llegó a considerar extranjeros, y se enfocará más bien en procurar comprender los factores socio-políticos y teológicos que condujeron al pueblo a adoptar una actitud de abierto rechazo a los otros.
II. El rechazo en su contexto
La amenaza del ‘otro’ y la búsqueda de identidad en el libro de Esdras
Para comprender los acontecimientos de Esdras, es preciso reconocer la profundidad con la que el destierro a Babilonia marcó al judaísmo postexílico a nivel socio-económico, cultural, político y teológico. Para un pueblo que, culturalmente, no era muy diferente a los otros pueblos de la tierra de Canaán (Sánchez Cetina, 2017), quienes adoraban a varios dioses, la adoración a un único Dios, YHVH, constituyó un elemento de diferenciación de los demás pueblos y un bastión de su identidad como pueblo. En efecto, durante el exilio, el pueblo judío perdió los referentes que lo vinculaban con YHVH —su tierra, su templo— en torno a los cuales se construía también su identidad como nación, por lo cual estuvo a punto de desaparecer como pueblo. Es por eso que, al regresar del exilio, la reconstrucción de su identidad se ubicó en el centro de su agenda, alrededor de tres elementos fundantes: su templo, su tierra (simbolizado por el muro para proteger a su ciudad capital, Jerusalén) y su ley. Con su identidad fragilizada luego del destierro, la separación de aquello que constituía una amenaza para el pueblo judío —en este caso, los pueblos vecinos, que adoraban a otros dioses y vivían según otras normas— se convirtió una necesidad, un asunto de supervivencia:
[Dios dice] ‘Por eso, no permitan ustedes que sus hijas ni sus hijos se casen con los de esos pueblos. Nunca busquen el bienestar ni la prosperidad que tienen ellos, para que ustedes se mantengan fuertes y coman de los frutos de la buena tierra y luego se la dejen por herencia a sus descendientes para siempre’ (Esdras 9:12).
Otro aspecto que ayuda en la relectura de este pasaje es que el pueblo judío interpretó la conquista de Nabuconodosor y el subsecuente destierro a Babilonia como un castigo de Dios por su infidelidad (Es 5:12; Ex 17:20; Lam 1:5). En efecto, en términos más generales, la historia de Israel puede explicarse en torno a la experiencia del exilio, en la que la dinámica de expulsión y retorno juega un papel importante en la definición de una identidad que se reconstruye en medio de la culpabilidad, el temor y la separación (Cook Steike, 2011; 85). De este modo, el sufrimiento que experimentó el pueblo durante sus desplazamientos, la amenaza latente de que eso volviera a suceder y el miedo a desintegrarse como pueblo, explican el constante afán de separarse de toda impureza y mantenerse fieles a Dios a toda costa. Lo que llama la atención es, sin embargo, la manera en la que el pueblo judío pasó de verse a sí mismo como un pueblo dominado, conquistado, disperso y temeroso a un pueblo escogido, con una bendición especial que lo distinguía de los demás pueblos. En términos prácticos, el hecho de que un pueblo sea escogido implica que hay otros que no lo fueron, lo cual enfatiza esta relación inclusión/rechazo como una dinámica absoluta y, en este caso, necesaria para evitar la infidelidad a Dios y el consecuente castigo (Cook Steike, 2011; 25). Así, el sentirse beneficiarios de una relación especial con Dios le permitió al pueblo conservar la esperanza en medio de los episodios más difíciles de su historia (Cook Steike, 2011; 81), aunque también lo condujo a refugiarse en su identidad religiosa y moral y a tomar una postura de radical rechazo hacia las comunidades vecinas. Scott resalta esa misma ironía al referirse a la historia de los Estados Unidos: una nación compuesta por inmigrantes (o sus descendientes) que escaparon de Europa buscando una vida mejor pero que en algún momento se volvieron contra lo que definieron como otro (las comunidades indígenas, los esclavos africanos, los mexicanos, entre otros) (Scott).
Finalmente, vale la pena tener en cuenta es que no todos los judíos fueron deportados a Babilonia sino únicamente las clases altas, los guerreros y los artesanos; así, los judíos más pobres se quedaron en su tierra, expuestos al contacto con los pueblos vecinos, que adoraban otros dioses y tenían prácticas consideradas impuras por el pueblo judío (Cook Steike, 2011; 78). Cook afirma que la importancia que adquirió la experiencia del exilio a Babilonia para el pueblo judío, sumada al temor de que los judíos que no fueron deportados se hayan contaminado con las prácticas impuras de los pueblos vecinos (Esdras 3; 9) condujeron a que el verdadero linaje judío se definiera en términos absolutos, incluyendo únicamente a quienes habían sido deportados y habían regresado —la golah— y dejando por fuera a todos los demás, excluyendo, de este modo, a quienes tenían linaje judío pero habían permanecido en la tierra de Judá (Cook Steike, 2011; 71-74). Esta preocupación por definir bien quién era pueblo y quién no, se ve reflejada en las largas listas de quienes regresaron de Babilonia en los diferentes grupos, y de quienes acordaron separarse de sus esposas extranjeras (Esdras 10). Este hecho es importante porque permite entender que la construcción de la identidad del otro como extranjero en Esdras 9-10 es ambigua y no está basada únicamente en el linaje, sino que es una construcción social basada en un contexto y en los intereses específicos de un grupo particular de judíos que necesitó defender su espacio social y político a su regreso del exilio en Babilonia (Cook Steike, 2011; 73).
La relectura de este pasaje de Esdras permite, pues, comprender, pero no justificar, la crisis que tuvo que vivir la comunidad judía a su regreso a su tierra, que la condujo a adoptar una actitud de tanta separación hacia los extranjeros. En efecto, esta adopción de una actitud de rechazo a lo otro como medida de protección, ha sido común en todas las sociedades a través de la historia, especialmente en tiempos de crisis económica y social (Escobar). Recientemente, un estudio llevado a cabo con 35.000 empleados europeos, evidenció que: “la crisis económica aumenta el sentimiento anti-inmigración de los europeos” (Europa Press, 2017). Lo que es preocupante es que, cuando este sentimiento de rechazo es llevado al extremo, puede conducir al surgimiento de grupos ultranacionalistas y xenofóbicos como el Ku Klux Klan, el movimiento nazi y, más recientemente, el movimiento Alt-right, por citar algunos. Aunque la existencia de grupos como éstos no es nueva, lo que sí parece estar cambiando es la legitimación de estas posturas, que antes era más bien minoritaria y censurada, mientras que ahora está creciendo en términos de número de simpatizantes y en la agresividad de sus manifestaciones.
Pero, ¿son el rechazo y la desconfianza las únicas opciones posibles de relacionarse con las personas extranjeras? ¿Qué otras pistas ofrecen los relatos bíblicos para construir relaciones más dignificantes con los otros extranjeros?
La diversidad de percepciones sobre el extranjero en la Biblia
A pesar de parecer muy tajante en el libro de Esdras (especialmente después del capítulo 7), esta visión del extranjero como una amenaza para la integridad del pueblo judío no constituye la única percepción de las personas extranjeras en el Antiguo Testamento. En efecto, según especialistas la actitud de desconfianza, recelo y rechazo a los extranjeros era común entre todas las sociedades del Oriente antiguo, quienes los veían como enemigos a quienes era necesario exterminar. Sin embargo, ante esa tendencia aparentemente común, Ramírez afirma que el pueblo judío fue diferenciándose de las demás naciones gracias a su propia experiencia como extranjero en tierras lejanas que lo condujo a desarrollar, poco a poco, una actitud diferente a la de sus vecinos, aceptando la convivencia e, inclusive, generando leyes para brindar una protección especial al extranjero (Ramírez, 2003; 38):
‘Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y Dios de Israel’ (Levítico 19:33-34, NVI).
Así, de manera más general, se podría decir que la Biblia es un libro escrito por extranjeros para extranjeros ya que sus personajes más importantes fueron, ellos mismos, extranjeros (Ramírez, 2003; 38) –incluyendo los ancestros de Jesús y el mismo Jesús, quien nació ‘en el camino’ (on the move) y se convirtió en un desplazado en sus primeros años de vida. Asimismo, el Nuevo Testamento está lleno de episodios que muestran la opción especial de Jesús por romper con el estigma hacia los otros de ese tiempo —mujeres, niños, enfermos, pecadores y también extranjeros— y reivindicarlos ante la sociedad. Algunos ejemplos de esto son: la ternura radical de Jesús con los niños y niñas (Marcos 10, Mateo 18-19, Lucas 9); su compasión con los leprosos (Lucas 17); su actitud contracorriente con la mujer adúltera (Juan 7) o Zaqueo (Lucas 19) y sus interacciones con mujeres extranjeras como la mujer sirofenicia (Marcos 7) y la mujer samaritana (Juan 4). Más adelante, en Hechos 1:8, Jesús mismo refuerza el mensaje de inclusión a las naciones vecinas de Israel cuando envía a sus discípulos a llevar sus Buenas Nuevas a toda la tierra, comenzando por Judea y Samaria (Scott).
Finalmente, el Nuevo Testamento ofrece una nueva perspectiva acerca de quién es pueblo, pues la bendición que, en el Antiguo Testamento, estaba destinada al pueblo de Israel, en Cristo, es extendida a toda la humanidad (Efesios 2). Así, “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3:28-29, NVI). El apóstol Pedro va más allá y propone que los seguidores de Cristo deben verse a sí mismos como “extranjeros y peregrinos”, lo cual constituye un llamado a solidarizarse con la realidad de quienes optan por migrar (1 Pedro 2:9-11).
La Biblia, pues, aborda una serie de temas teológicos clave para el abordaje de la problemática migratoria desde un enfoque cristiano y provee una diversidad de narrativas sobre experiencias de migración desde diferentes ángulos —el que migra, el que recibe; el que acoge, el que rechaza— lo cual puede ayudar a las comunidades cristianas a comprender mejor la complejidad de esta problemática y evita tomar una postura ingenua en torno a la misma. Además, el texto bíblico provee ejemplos de marcos legales y modelos para acoger a las personas migrantes de manera que éstas estén protegidas, pero también asuman su responsabilidad con la comunidad que los acoge (Carroll). Con relación a Esdras 9-10, una relectura dentro su contexto y a la luz de la totalidad del relato bíblico evidencia, por un lado, que la pertenencia al “pueblo de Dios” no está ligada a un linaje sino a la fidelidad y la dependencia de Dios[5]. Por otro lado, esta relectura evidencia que la actitud de separación no es la única manera de relacionarse con las personas extranjeras y no constituye un modelo bíblico para la Iglesia de hoy, que, siguiendo el ejemplo de su Maestro, debe ser una como comunidad de acogida a los débiles en medio de una era de exclusión y rechazo[6].
III. Superando el miedo: hacia la construcción de dinámicas humanas dignificantes y sostenibles
En esta sección se explorará alternativas para abordar la problemática migratoria de una manera realista y sostenible. Eso implica, por un lado, reconocer que los grandes flujos migratorios, representan desafíos reales y significativos para los países de acogida, a nivel económico, político, social, cultural y religioso.
Miedos relacionados con la migración
Quienes mantienen una postura negativa frente a la llegada creciente de personas migrantes a sus países tienen razones y preocupaciones justificables. Estas son las principales.
1. Impacto de la inmigración en la economía nacional. En Estados Unidos, por ejemplo, se teme que los inmigrantes estén compitiendo contra los trabajadores estadounidenses en el mercado laboral (este fue uno de los argumentos más fuertes en la candidatura del presidente Trump); sin embargo, varios estudios han demostrado que esta aseveración no es correcta (Preston, 2016). Asimismo, se cree que el gasto público que generan las personas inmigrantes es alto, lo cual ha sido parcialmente confirmado por algunos estudios que han demostrado que, en efecto, la primera generación de inmigrantes en el país constituye un costo elevado, principalmente por el costo que tiene garantizar el acceso a la educación de sus hijos. Estos costos disminuyen con el tiempo y, ya en la segunda generación, las familias migrantes contribuyen significativamente a la economía nacional de lo que le cuestan al país (Preston, 2016).
2. Aumento de la vulnerabilidad a ataques terroristas. Según la Base de Datos Global sobre Terrorismo (Global Terrorism Database), el número de muertes ocasionadas por causa de ataques terroristas ha aumentado desde el 2012. Sin embargo, la cantidad de fallecimientos por este motivo ha disminuido en Europa Occidental, en comparación con la década de los 70’s y 80’s, en donde los actos terroristas fueron ocasionados por agrupaciones locales (Barr, 2016). En Estados Unidos, un estudio reciente del CATO Institute reveló que, efectivamente, terroristas nacidos en el extranjero que ingresaron al país —como inmigrantes o como turistas— fueron responsables por 88 por ciento de las muertes causadas por terroristas en suelo estadounidense, entre 1975 y 2015. Sin embargo, el mismo estudio señaló que, en ese mismo período, las probabilidades de morir en un ataque terrorista cometido por una persona nacida en el extranjero, era de 1 en 3,609,709 por año (Nowrasteh, 2016). Según Nowrasteh, un experto en temas migratorios, “el terrorismo provocado por personas nacidas en el extranjero es manejable gracias a los enormes beneficios que la migración trae al país en comparación con los bajos costos que el terrorismo le genera al país” y afirma que el endurecimiento de las políticas migratorias ocasionaría más costos que beneficios para el país (Friedman, 2017).
3. Incremento de problemas sociales, incluyendo crimen e inseguridad. Aunque es cierto que existen criminales que son inmigrantes, innumerables estudios han demostrado que, pese a la percepción generalizada de que el incremento de actos criminales e inmigración van de la mano (en parte, gracias a los medios de comunicación), la realidad es que la gran mayoría de ellos no lo son. Por esta razón, políticas de “mano dura” contra los inmigrantes no son efectivas en la lucha contra el crimen y, más bien, refuerzan el estigma de que todos los inmigrantes son criminales, y al revés (Ewing et al., 2015).
4. Pérdida de identidad cultural. Muchas personas temen que la presencia de inmigrantes y extranjeros amenace el estatus quo culturan y traiga cambios en su estilo de vida. Efectivamente, esta podría ser la realidad en muchos casos, sin embargo, el asumir la realidad intercultural como una fatalidad no tiene que ser la última opción. Más adelante se explorará este aspecto.
En otras palabras, mientras las grandes olas de inmigrantes plantean desafíos a los sistemas sociales de una nación a la tela cultural de una comunidad, prohibir la inmigración no soluciona los problemas internos ya existentes de ningún país.
Mirando el vaso medio lleno: los beneficios de las migraciones
Según sociólogos y expertos en derechos humanos, la migración es un fenómeno mundial, producto de inequidades profundas e históricas entre países (Ruiz Peralta et al., 2015), por lo tanto, el problema no es que las personas se trasladen a otro país (Sputnik, 2017), sino las razones por las que tienen que hacerlo las cuales, en su mayoría, tienen que ver con situaciones de violencia de varios tipos (conflicto, violencia intrafamiliar, violencia de género), razones económicas, desastres naturales (que se prevé que crezca debido al cambio climático) y reunificación familiar (ACNUR, 2014; 7). Para evitar que las personas se vean obligadas a abandonar sus países, es necesario que los países emisores de migrantes generen las condiciones adecuadas para que sus habitantes satisfagan sus necesidades básicas y tengan la oportunidad de alcanzar su potencial como individuos y como colectivos sociales. Mientras esto no se logre, las personas van a seguir trasladándose en búsqueda de una vida mejor (Balmaceda) –o, simplemente, buscando sobrevivir.
Sin embargo, lograrlo es una tarea muy compleja debido a los factores internos (como la fragilidad de los sistemas estatales) y externos (como el narcotráfico) que influyen. Esto tiene al menos una implicación evidente: el fenómeno migratorio no va a parar así que es mejor buscar maneras alternativas de asumirlo y abrazarlo de manera más positiva, reconociendo y superando los desafíos que este fenómeno trae. Después de todo, el mundo se pobló y la humanidad se convirtió en lo que hoy es, gracias a las migraciones, por lo cual el flujo de personas tiene claramente efectos positivos (Escobar, 2002). Con el propósito de ofrecer una perspectiva más positiva del fenómeno migratorio, a continuación se menciona cuatro beneficios que traen las migraciones en Estados Unidos, los cuales no pretenden ser una lista exhaustiva sino más bien ilustrar que hay mucho que se puede ganar:
1. La inmigración fortalece la economía. En efecto, varios estudios afirman que, lejos de quitarle empleos a las personas nativas del país receptor, los inmigrantes suman al capital humano y se complementan unos a otros (Borjas, 2013). En países en los que la población está envejeciendo, los migrantes suman a la población activa, lo cual contribuye también con la dinamización de la economía[7]. Finalmente, varios estudios han demostrado que un gran porcentaje de inmigrantes tiene un negocio propio, lo cual aporta de manera positiva con la generación de empleo y la dinamización de la economía (Blakstone, 2017).
2. La inmigración contribuye con la innovación. Los países receptores se benefician de talento humano y capacidad de innovación y emprendimiento que muchos extranjeros traen, sin haber invertido en su educación y capacitación. Existe un sinnúmero de ejemplos de cómo la ‘fuga de cerebros’ ha beneficiado al país, al punto que varias compañías tecnológicas famosas que están basadas en Estados Unidos se han opuesto a las recientes medidas migratorias (Blakstone, 2017).
3. La inmigración aporta un enriquecimiento cultural. En la medida en la que las personas extranjeras se adaptan a sus nuevos países, los ciudadanos locales también se adaptan a la presencia y costumbres de los nuevos llegados. Estudios han demostrado que una mayor disposición de los ciudadanos locales por acoger y adaptarse a los inmigrantes genera mayores niveles de bienestar en el día a día y menor sentimiento de pérdida de identidad cultural (Lefrihausen, 2016). Los beneficios culturales que traen las personas migrantes dependen de cada contexto, pero, en general, incluyen aspectos relacionados con la medicina, las técnicas agrícolas, la alimentación y el arte culinario y la espiritualidad (Kumar, 2013).
4. La migración contribuye con la revitalización de la fe (cristiana pero también de otras religiones). Esto, por medio de la práctica de la compasión, la denuncia profética y la consideración de diferentes maneras de vivir la espiritualidad (Escobar, 2002). Miembros de comunidades cristianas en Grecia e Italia, que están brindando respuesta a migrantes que cruzan el Mediterráneo han testificado lo mucho que la interacción con estos ‘nuevos llegados’ les ha aportado en su caminar con Jesús[8]. Por otro lado, desde una perspectiva más evangelizadora, Scott destaca que, sin los movimientos migratorios, la rápida expansión del Evangelio no hubiese sido posible (Scott).
Como conclusión de esta sección, el fenómeno migratorio es real, sigue en aumento y las leyes de mano dura no lo van a detener. Sin embargo, estudios serios afirman que este fenómeno tiene un sinnúmero de beneficios para los países receptores, a corto, mediano y largo plazo, y a niveles económico, social, cultural y religioso. Frente a este panorama, asumir el fenómeno migratorio desde una mirada más positiva requiere un cambio de paradigma en el abordaje de esa problemática, de manera que las personas migrantes sean acogidos y tengan la posibilidad de integrarse en la sociedad receptora. Esto incluye, pero va más allá de la promulgación de leyes que les den acceso al mercado laboral y a la seguridad social (Balmaceda) sino que requiere un cambio social y cultural pues una integración efectiva no puede ocurrir en medio de actitudes de exclusión y rechazo. Es en la promoción y encarnación de este cambio de paradigma que la Iglesia puede ser sal y luz, siendo modelo de una comunidad de acogida, promotora de relaciones dignificantes con los otros extranjeros, conforme al ejemplo de Jesús.
Conclusiones: implicaciones de Esdras 9-10 para la realidad migratoria actual
Muchos de los escritos bíblico-teológicos que abordan el tema de las migraciones lo hacen desde la perspectiva del migrante que necesita acogida y protección; éste lo hace desde la mirada de la comunidad que lo rechaza. El hecho de que la comunidad que excluye al extranjero sea la judía, y que el texto escogido para este artículo se ubique inmediatamente después de una experiencia migratoria fundante para el pueblo judío, es particularmente relevante porque ponen en evidencia una dinámica humana antigua y cada vez más común frente a la crisis migratoria actual: la construcción de identidad con base al rechazo del otro.
Frente a la acogida que están teniendo los partidos de la derecha conservadora y sus discursos en muchas congregaciones evangélicas (Inglehart, 2016), es indispensable hacer una lectura contextual de las Sagradas Escrituras que busque comprender el contexto en el que los textos bíblicos fueron escritos, las luchas de poderes de los grupos involucrados y los intereses de cada uno de ellos. En este proceso, es necesario también admitir que la Biblia contiene textos de abierto rechazo y discriminación hacia el otro (como el de Esdras 9-10) y preguntarse cómo es que textos como éstos forman parte del canon cristiano. Una manera de explicar esta paradoja es concibiendo la revelación divina en las Sagradas Escrituras como un proceso dinámico en el que Dios se revela a la humanidad encarnándose en ella. Esto tiene, al menos, dos implicaciones: por un lado, los textos que conforman la Biblia no son un ‘dictado mecánico y mágico’ sino que son el resultado de la inspiración del Espíritu y el esfuerzo del colectivo de escritores bíblicos. Como consecuencia, si los textos bíblicos nacen ‘en medio de la historia humana’ (Tamez, 2004; 186), éstos reflejan, inevitablemente, el contexto, cultura, lenguaje, puntos de vista y preocupaciones del autor humano (Stam, 2009). Por otro lado, la revelación divina es progresiva ya que “Dios ni revela todo de una vez, ni corrige todo de un solo golpe (…) sino que la inspiración del Espíritu Santo no anula lo humano de los autores, no los hace omniscientes ni les coloca encima de sus propias culturas” (Stam, 2009). Esto explica por qué la Biblia acoge visiones tan diferentes de las personas extranjeras y por qué la actitud de Jesús en los Evangelios es tan diferente a la expresada en Esdras.
Este artículo sugiere, pues, que una relectura del texto de Esdras 9-10 permite entender las actitudes de rechazo al otro como dinámicas humanas comunes ante el miedo, durante procesos de reconstrucción de la identidad, o en tiempos de crisis. Por otro lado, una interpretación teológica de este texto ayuda a comprender que el mensaje de fondo no es la promoción de la exclusión y el rechazo hacia los extranjeros, sino la advertencia del riesgo latente de caer en idolatría y la exhortación al pueblo a mantenerse fiel a Yavhé. De este modo, este artículo defiende que, si bien es cierto que la crisis migratoria actual representa un gran desafío, sí es posible considerar la posibilidad de construir relaciones más positivas, enriquecedoras y empoderadoras tanto para quienes migran como para quienes reciben al migrante. Aquí radica el desafío que tienen las Iglesias frente a la realidad migratoria alrededor del mundo: ser una comunidad que, inspirada en el relato bíblico, acoja, defienda, integre y se enriquezca por la presencia de los extranjeros, demostrándole al mundo que es posible abordar una problemática tan compleja desde una perspectiva alternativa. En palabras de Samuel Escobar: “Solamente una fraternidad caracterizada por el espíritu de aceptación de las otras hermanas y los otros hermanos, más allá de las barreras culturales y étnicas, puede merecer ser llamada Iglesia”.
Somos pro-vida,
En la medida en que somos hombres y mujeres para los demás, todos y todas las demás;
En la medida en que ningún cuerpo humano nos es ajeno;
En la medida en que podemos tocar la mano del otro en amor;
En la medida en que para nosotros no existen los otros.
Brennan Manning (Manning, 1990; 141)
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Notas:
[1] Palabras del presidente Donald Trump durante la firma de su primer decreto presidencial, el 27 de enero 2017. Su discurso aquí: http://edition.cnn.com/videos/politics/2017/01/27/trump-executive-action-extreme-vetting-sciutto-lead-bts.cnn
[2] Un informe del gobierno británico afirma que alrededor de 192 millones necesitarán trasladarse por causa del cambio climático en África y Asia en el 2060. BBC Mundo, 20 octubre 2011, http://www.bbc.com/mundo/noticias/2011/10/111020_cambio_climtico_migraciones_am.shtml
[3] Aunque existe una diferencia legal, social y simbólica entre los términos extranjero, refugiado y migrante, este texto hace uso de los tres términos pues las personas que se encuentran en cualquiera de estas tres condiciones sufre rechazo por ser considerada otro, independientemente de su estatus legal y de la protección especial a la que es acreedor.
[4] Existe un debate en cuanto al orden, fechas y procesos de composición de Esdras y Nehemías, sin embargo muchos biblistas coinciden en que existe una estrecha relación entre ambos libros. Ver Corteze, E. (2005) Esdras y Nehemías, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Editorial Verbo Divino, Estella; 2005, pp. 769 y Cook Steike, E. (2011) La mujer como extranjera en Israel: Estudio exegético de Esdras 9-10. San José. SEBILA. Pp. 50.
[5] Sobre la identidad del ‘pueblo de Dios’, ver Sánchez-Cetina, E. (2017) The People of God as citizens in an Era of Trump, JLAT 12.1
[6] Escobar, S., Migration, Journal of Latin American Theology, Issue 11.1 – 11JLAT 11.1
[7] See the example of Italian villages in Lorenzo Totaro and Flavia Rotondi, “Italian Villages Welcome Refugees to Avoid Oblivion,” Bloomberg, February 29, 2016.
[8] Testimony shared by Myrto Theocharous at the 2016 Stott-Bediako Forum, “The Refugee Crisis: A Shared Human Condition,” sponsored by the International Fellowship for Mission as Transformation and the Oxford Centre for Mission Studies (OCMS), June 13–14, 2016, at the OCMS.
María Alejandra Andrade Vinueza.
Nota: Este artículo fue subido a la página de la FTL el 21/05/2024.
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