Javier Santiago Vázquez
Sobre el dolor fraternal
Romanos 12.15 La ternura como posibilidad de encuentro en el dolor
Resumen: La reflexión en este artículo tiene por objeto la segunda sección del pasaje de Romanos, y parte de la pregunta sobre el sentido de “llorar con los que lloran”. El texto Bíblico propone un acompañamiento, un encuentro, que no tendría sentido más allá del consuelo. Luego de reflexionar sobre el valor “del llorar” y exponer una definición del ser víctima en el dolor como una suspensión del ser, se propone a la ternura en un sentido teologal y, en el reconocimiento de su carácter como recreador del ser, su razón escatológica. De esta manera será posible hablar de un encuentro entre quienes lloran como posibilidad de restauración y constitución de una comunidad escatológica.
Palabras clave: Ternura – Dolor – Encuentro – Escatología
On fraternal sorrow
Romans 12.15 Tenderness as a possibility of the encounter within pain
Abstract: The reflection in this article focuses on the second section of the passage from Romans, and starts from the question about the meaning of «weep with them that weep». The biblical text proposes a companionship, an encounter that would have no meaning beyond consolation. After reflecting on the value of «weeping» and presenting a definition of being a victim in pain as a suspension of being, tenderness is proposed in a theological sense and, in the recognition of its character as a recreator of being, its eschatological reason. In this way, it will be possible to speak of an encounter between those who cry as a possibility of restoration and constitution of an eschatological community.
Key words: Tenderness – Pain – Encounter – Eschatology
«Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran»
Sabiendo que no es posible tener una experiencia directa del dolor ajeno, sabiendo que el llanto que se da en el acompañamiento solo se produce desde la inferencia, desde el razonamiento, de una empatía que surge de la propia experiencia frente al origen del dolor del otro. ¿Qué sentido tiene llorar sin poder sentir en carne propia el dolor de quien lo padece? ¿Qué sentido puede tener, más allá del valioso acompañamiento, si no se puede llevar sobre sí ni un poco del dolor que aqueja al otro?
Quizá sea en la ternura entendida en un sentido teologal y en una perspectiva escatológica que a partir de una redefinición de la naturaleza de la persona sufriente se pueda proponer un sentido más allá de la consolación y el acompañamiento de quienes experimentan dolor.
1. Sobre los que lloran
Si bien es posible llorar de alegría, el gozo pertenece a la primera mitad del pasaje, y en este caso nuestra reflexión atiende al llanto que parte de la experiencia del dolor. El llanto, como la risa, no son palabras, pero son expresiones desbordadas de sentido, significados y profundidad, en un tiempo y un espacio donde el gemido relata sin palabras. Quien llora puede enfrentar el miedo y la vergüenza de tal modo que es posible evitar el terror y el espanto paralizante. Quien llora contempla su dolor y establece en su autocompasión los cimientos que posibilitan la compasión auténtica hacia los demás. Llorar juntos crea un espacio de intimidad que significa estar frente a un otro en pleno presente, sintiendo absoluta aceptación y comprensión, no quizá de la causa del dolor, pero sí, de la dignidad de quien sufre, asumiendo así una voluntad de dar y recibir, una voluntad de ser, de ser junto con, una voluntad de comunidad (Scannone). En la manifestación del llanto compartido, la dignidad humana funda la común-unidad.
Frente al dolor, el doliente reclama su soberanía, su dolor, que en su naturaleza siempre es injusto, y por eso siempre está fuera del límite de lo comprensible, de lo aceptable. De aquí que exista entre el llanto y la rabia un vínculo virtuoso y necesario para enfrentar el dolor. “Airaos, pero no pequéis”, (Ef. 4.26). Esta licencia para la ira no es un aval para la violencia machista en la que fuimos socializados, reprimiendo el llanto en los hombres y la ira en las mujeres. Por el contrario, se trata de la posibilidad de expresar emociones tales como el miedo, la tristeza, o la humillación, las que, en muchas ocasiones, solo se expresan en la ira o el llanto. Cuando en el dolor solo se puede llorar, la ira reprimida tiñe la tristeza y la hace sonar como un quejido irritante,[1] un enfado quejumbroso que no abre ninguna posibilidad al cambio ni a la liberación. El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han señala que en esta sociedad actual, caracterizada por la dispersión, sólo se da paso al enfado, a la queja, que no abre la posibilidad a ningún cambio, a diferencia de la rabia, que requiere un detenerse en el presente, una interrupción capaz de cuestionar y posibilitar ese cambio.[2] Pero cuando en el dolor solo hay lugar para la ira, de la misma manera que el enfado y la queja, no solo agotan la posibilidad de la empatía sino que también dan lugar a la violencia. Por todo esto, tanto el llanto por la pena y la expresión de rabia por la injusticia del dolor son necesarias.
2. Sobre quienes sufren dolor
El dolor es una experiencia del mal. En el mundo, el dolor, así como el mal, no tiene límites, pero si limitantes, al mismo tiempo que un punto final, έσχατον, si no fuera así, sería verdadera la tesis que sostiene la imposibilidad de la existencia de un Dios al mismo tiempo que el sufrimiento del inocente, pero Dios en su misión como despliegue de su amor en la historia, en la manifestación de su Reino nos invita a actuar en la lógica del don, de solidaridad y amor como respuestas al sufrimiento.
El filósofo Jorge Úbeda, en su texto «Breve meditación filosófica sobre la Victima»[3] intenta describir «lo que se aparece de la víctima cuando se deja en suspenso toda determinación objetiva de ella, ya sea en el derecho (víctima objetiva), ya sea en la psicología (víctima subjetiva), ya sea en la religión (víctima propiciatoria)» atento a esta salvedad y afirmando que el ser víctima no daña a la persona. Quien es víctima sigue siendo persona, el ser de la víctima se manifiesta como ruptura de la existencia, es una imposibilidad del ser, ser víctima es un no ser. En otras palabras, ser víctima parecería estar referido a una existencia advertida hacia la ausencia, el vacío y la nada. Así, la ausencia se hace presente y se siente como un vacío que lo llena todo, y todo duele. Por esta razón rescatar a la víctima es sacarla de la muerte, del vacío, de la nada, en una resurrección que, sin negar la experiencia, la historia, la herida, dé vida. He aquí el carácter escatológico del sufrimiento, del dolor, donde la recuperación y la restitución no se dan en la negación de la persona, de su dignidad, su dolor ni de su historia. Llorar con el que llora, no es pretender que deje de llorar, no es banalizar el llanto ni el dolor, no existe restitución a un estado previo que niegue la historia vivida. Lo que hay, o puede haber, es un nuevo ser que nace de las entrañas de la compasión y la ternura en el que la solidaridad funda una común- unidad de los que lloran, una comunidad escatológica.
«Para Dios todo es presente, sabemos que Dios goza ya en el corazón de los sufrimientos actuales el triunfo definitivo del amor, porque me ama en mi dolor y lo comparte plenamente, puede henchirlo desde dentro con su presencia renovadora, vivificadora».[4]
Las comunidades cristianas no pueden ser indiferentes al sufrimiento humano. Dice la teóloga Dorothee Sôlle «El sufrimiento humano experimentado concretamente echa por tierra toda inocencia, toda neutralidad, todo yo no fui, yo no podía, yo no sabía. Frente al sufrimiento no hay un tercer lugar que esté más allá de las víctimas o de los verdugos».[5] De aquí que se propone a la ternura como opción revolucionaria que afecta a la persona en todas sus posibilidades, poniendo en evidencia aquello que es y diferenciándolo de aquello que no es. Frente al sufrimiento, al dolor del otro, frente a la víctima, no hay opción. La ternura exige salir del propio encierro, del egoísmo existencial, asumiendo un amor tierno que lleve a estar al lado y del lado de las víctimas, acogiendo su dolor, reconociendo el protagonismo de la experiencia de cada persona que sufre, en otras palabras, el respeto al sufrimiento.[6]
3. Sobre la ternura
¿Por qué la ternura puede ser entendida en un carácter teologal y como fundamento de una comunidad escatológica que dé sentido al llorar juntos?
Si bien la ternura es perceptible por los sentidos, asimilada en la conciencia y expresada en el cuerpo, no es simplemente un sentimiento, una emoción. Es importante decir que la ternura no es una cualidad que se tiene, no es -un modo de tener-. La ternura es un modo de -ser- y –estar- en el mundo -junto con-. Por ello, cuando hablamos de ternura no nos estamos refiriendo a un sentimiento marginal de la persona. Por el contrario, pertenece a nuestro mismo ser, donde la ausencia de ésta es signo de una naturaleza incompleta, de un ser incompleto.[7] En este sentido, la ternura es cualidad y es relación, un modo de comunicación que es en palabras de Nurya Martinez-Gayol «en sí misma un lenguaje»,[8] un lenguaje constituido no sólo de palabras sino de gestos, miradas, silencios, contactos, acciones e intenciones que se orientan específicamente a transmitir amor. Sin amor no hay posibilidad de afecto tierno y, aunque la ternura no se identifica totalmente con el amor, no puede entenderse sin él. La ternura siempre supone amor, es el fruto de un desbordamiento excesivo y desmedido de amor que se expresa en cercanía y autodonación de sí.[9]
Entendida así la ternura, es posible dar respuesta a la pregunta inicial con varias razones:
3.1 La ternura es recreadora del ser
Es posible asumir la ternura de este modo luego de aceptarnos como ruptura o fragmentación, condición para adentrarnos en las lógicas de la dependencia y sensorialidad fundamentales para lograr la verdadera independencia humana.[10] Aunque paradójico, es en la dependencia que los seres humanos nos independizamos, siempre refiriéndonos a una dependencia que no está marcada por el sometimiento sino por la ternura que atraviesa los vínculos en la lógica del don.
Así, la ternura rompe con toda lógica del intercambio, de la especulación, del carácter utilitarista y productivista de las relaciones humanas porque propone una dependencia que es dadivosa intrínsecamente, logrando así un vínculo donde el ser se da a sí mismo para constituir en un otro un ser propio, una metafísica del ser constituido en la ternura y el amor. En la madre, es el lenguaje de la ternura lo que prima por sobre todas las cosas, expresado en despliegue creativo y amoroso de palabras, sonidos, gestos, miradas y caricias que llaman a la conciencia del niño a contemplar su ser amante y volverse sobre sí mismo en autoconciencia de -ser- a partir de -ser amado-. Como señala Martínez Gayol «la ternura se constituye así en una relación que se establece entre quien da el ser y quien lo recibe».[11] Por ello, es que un vínculo basado en la ternura posibilita la independencia, es un apego fuerte basado en la ternura lo que permite al ser nacido, en un vínculo de ternura y amor, la independencia y libertad en ser.
Por todo lo dicho se puede afirmar que la ternura no sólo es una experiencia fundamental para la génesis del ser sino también una experiencia imprescindible para el desarrollo de toda la vida.[12] Sin duda, que la ternura es también re-creadora de las conciencias, de los corazones y cuerpos lastimados, amenazados, del dolor provocado por la opresión, el atropello y la exclusión.
3.2 La ternura acoge al dolor
En el cuerpo la ternura se siente, se expresa, se da, se vive. Es el cuerpo el ámbito de la experiencia de todo en cuanto es. Es también la expresión misma que se da en relación con otros cuerpos. Así, el cuerpo es en sí señal de comunidad. Los cuerpos son, los cuerpos tienen historia, nombres, miedos, alegrías, dolores, gozo, amenazas, tienen hambre y sed; los cuerpos viven, mueren, resucitan. Hay un cuerpo que se produce en el hecho de Cristo, una realidad que se concreta en el compromiso con Cristo y el prójimo[13] en acciones concretas no ideales, acciones que comprometen el cuerpo y exigen el sentir-se, el tocar-se, el con-tacto. El encuentro dado en la ternura supone contacto que pudiendo no ser explícitamente contacto corporal, conecta con el otro en niveles de proximidad extrema.[14] Ahora bien, el encuentro dado en el marco de una ternura falsa, por ser solo de forma, sin amor, por ser circunstancial, posesiva o manipuladora, no sólo se convierte en una cáscara vacía sin sentido sino que deviene en violencia y por lo tanto en abuso, de aquí que incluso una caricia sin consentimiento es violencia.[15]
3.3 El carácter teologal de la ternura
Es posible hablar de una teología de la ternura cuando la ternura humana, en su carácter tutelar de ternura maternal, en su posibilidad creadora, en su ser vehículo de amor dadivoso, gratuito, de cuidado y servicio, encuentra su fundamento en Dios, que al revelarse nos muestra el paradigma último de la ternura. Así, superada la experiencia humana, se encontrará en la revelación bíblica las manifestaciones de ternura de Dios, desde la creación amorosa, en la multiplicidad de gestos amorosos para con sus amados, en la vida de Jesús y su muerte en la cruz por amor. Hablar de teología de la ternura es «como un nuevo modo de percibir y de expresar el acercamiento de Dios al mundo y de la necesaria respuesta de agradecida ternura que brota de quienes se han sabido sujetos de este agraciamiento».[16]
3.4 La comunidad escatológica en el dolor
“Ama al señor con ternura” (Sal. 37.4)
La comunidad de ternura es escatológica en el encuentro de los que aman, no de los que sufren. El sufrimiento, es mera posibilidad, “excusa” que moviliza al encuentro real entre todos aquellos que siguiendo Jesús continúan en el Espíritu la Revelación de Dios al mundo y su Reino escatológico que en este encuentro se anticipa, se hace presente e inmanente.
Quienes son víctimas del dolor, del mal, renacen de las entrañas de la solidaridad entendida como voluntad de comunidad, de ser ternura, de ser don. El encuentro como voluntad de ser, es aquel que afecta y debe ser producido en la mutua receptividad, en la reciprocidad, en la intimidad, en la aceptación, en trascendencia y promesa.[17]
Tanto el gozo como el llanto son dos momentos, dos lugares en los que lo humano habita, pero no es exclusivo de las criaturas, también es posibilidad de Dios. El Dios que baila dando gritos de alegría por causa nuestra (Sof 3,18) es por contraposición un Dios que sufre por causa nuestra, un Dios al que le afecta nuestro rechazo.[18] El dolor nos enseña a amar, nos enseña el sentido del dolor mismo. La locura inconmensurable de la cruz nos revela un misterio del Dios que sufre. Jesús accede a la condición humana para ser cabeza de la humanidad. En palabras de Varone:
«el sufrimiento de Cristo no es un valor en sí. Jesús no buscaba sufrir, Jesús no debía ni quería sufrir en lugar de nosotros, sino emplear su vida, hasta el final, en liberar nuestro deseo y en salvarnos. El sufrimiento es, pues, la ocasión para Jesús de revelar el amor que nos tiene, y la estremecedora posibilidad para nosotros de reconocerlo».[19]
Conclusión
La ternura, en su carácter teologal, por tener su principio y fin en la ternura de Dios, es posibilidad de re-creación, es posibilidad de resurrección a partir de un verdadero encuentro en el amor tierno que surge de una auténtica compasión, misericordia y solidaridad que se fundan en la experiencia de la comunidad, donde caben en cada ser todas las posibilidades de sufrir todos los dolores de todos los seres humanos en toda la historia. La experiencia de la cruz como posibilidad y como síntesis de la suma de todos los dolores. Compartimos el dolor, partimos el pan, la eucaristía como espejo en el que se reflejan y se suman todos los dolores, y se proyectan en su esperanza escatológica.
Me duelo porque te duele, me duelo porque nos duele, me duelo porque me duele tu dolor, me duele mi dolor frente a tu dolor, y me duele aun cuando a vos no te duela.
Después de todo, también, Jesús lloró…….
Javier Santiago Vazquez
Bibliografía
Byung-Chul, H. (2017). La sociedad de cansancio. Barcelona: Herder.
Fernández, V. M. (2011). Gracia, nociones básicas para pensar la vida. Buenos Aires: Agape.
García-Baro López, M.; Villar Ezcurra coordinadores. (2008). Pensar la compasión. Madrid: Universidad Pontifica de Comillas.
López Baeza, A. (1997). Experiencia con la soledad. Madrid: Narcea S. A.
Martinez-gayol N. ed. (2006). Un espacio para la ternura, Miradas desde la teología. Bilbao: Descleé De Brouwer. Universidad pontifica de Comillas.
Rocchetta, C. (2013). Teología de la ternura un evangelio por descubrir. Salamanca: Secretariado trinitario.
Uribarri-Bilbao G. ed., (2005). Teología y nueva evangelización. Bilbao: Descleé De Brouwer. Universidad pontificia de Comillas.
Varone, F. (1985). El Dios «sádico». ¿Ama dios el sufrimiento? Bilbao: Sal Terrae.
Walker, P. (2019). TEP Complejo, de sobrevivir a prosperar. Texas: Azure Coyote.
Notas
[1] Cf. Pete Walker, TEP Complejo, de sobrevivir a prosperar (Texas: Azure Coyote,2019), 223.
[2] Cf. Han Byung-Chul, La sociedad de cansancio (Barcelona: Herder, 2017), 52.
[3] Jorge Úbeda, «Breve meditación filosófica sobre la víctima» en Pensar la compasión, ed. M. García-Baro López y otros (Madrid: Universidad Pontifica de Comillas, 2008), 182.
[4] Antonio López Baeza, Experiencia con la soledad (Madrid: Narcea S. A. 1997), 104-105.
[5] Dorothee Sôlle, «Sufrimiento» en Fe en tiempos de crisis de Carlos Valle, (Buenos Aires: La Aurora, 1982), 32.
[6] Cf. Alicia Villar Ezcurra, «La ambivalencia de la compasión» en: Pensar la compasión ed. M. García-Baro López y otros (Madrid, Universidad Pontifica de Comillas, 2008), 69.
[7] Cf. M. Canciani, «La ternura» en Teología de la ternura un evangelio por descubrir, de Carlo Rocchetta (Salamanca: Secretariado trinitario, 2013), 15.
[8] Nurya Martinez-gayol y otros, Un espacio para la ternura, Miradas desde la teología (Bilbao: Descleé De Brouwer. Universidad pontifica de Comillas, 2006), 72.
[9] Cf. Nurya Martinez-Gayol y otros, Un espacio para la ternura, 20.
[10] Cf. Nurya Martinez-Gayol, «Una aproximación antropológica a la teología de la ternura» en Teología y nueva evangelización, ed. Gabino Uribarri-Bilbao y otros (Bilbao: Descleé De Brouwer. Universidad pontificia de Comillas, 2005) 301.
[11] Cf. Martinez-Gayol y otros, Un espacio para la ternura, 41.
[12] Cf. Ibid., 83.
[13] Cf. Carlos Valle, Fe en tiempos difíciles, (Buenos Aires: La Aurora, 1982), 31.
[14] Cf. Martinez-Gayol y otros, Un espacio para la ternura, 73.
[15] Cf. Martinez-Gayol, «Una aproximación antropológica a la teología de la ternura», 298.
[16] Ibid., 87.
[17]Cf. J. M. Velazco, «El encuentro con Dios», citado en: Un espacio a la ternura ed. Martinez-Gayol y otros, 224.
[18] Cf. Víctor Manuel Fernández, Gracia, nociones básicas para pensar la vida (Buenos Aires: Agape, 2011), 31.
[19] François Varone, El Dios sádico, ama dios el sufrimiento (Bilbao: Sal Terrae, 1985), 235-237.
Javier Santiago Vázquez es un teólogo argentino, profesor en filosofía y teología por el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, Bachiller superior en teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina y licenciado el Teología Sistemática por la misma universidad, actualmente cursa la maestría de posgrado con especialidad en teología dogmática. Es miembro de la Iglesia Metodista Argentina y de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.
javiervazquez@uca.edu.ar
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Nota: Este artículo fue subido a la página de la FTL el 28/07/2023.
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